Opinión

La Frida colombiana

“Me importa una mierda lo que piense el mundo. Yo nací puta, yo nací pintora, yo nací jodida. Pero fui feliz en mi camino”: Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, una carta nunca entregada a Diego Rivera.

Laura Viviana Beltrán Alarcón fue una pésima puta, por eso la expulsaban todo el tiempo de no pocos puteaderos donde entraba a trabajar. Se negaba rotundamente a ser la “puta presa”. Ella con orgullo decía abiertamente cosas como: “puta sí, tuya no” o “No soy la puta de nadie, soy mi propia puta”.

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Tenía conflicto porque adoraba las puestas en escena eróticas y los bailes con show sexual pesado poco comercial, y detestaba que le impusieran la música que debería usar. Por no aceptar cosas mínimas como no usar la música “que el patrón dijo” le quitaban la oportunidad de ganarse unos pesos. Obviamente, ella era una Diosa y siempre terminaba haciendo show como ella quería, donde quería y bajo sus propias reglas.

No temía “cascarle” a ningún cliente por abusivo, por no pagar lo que acordaba o por pretender obligarla a cosas que no se habían acordado.

No temía “meterle ideas” a las otras putas y por eso tampoco la soportaban los dueños de esos negocios. Laura fue una “puta problema”, una inadaptada social y yo celebro eso porque no puede estar saludable mentalmente quien esté adaptado a una sociedad profundamente hipócrita y enferma. Era una mujer de mirada muy triste, era una mujer triste y yo abracé su tristeza y con toda seguridad puedo contarles que era triste no por puta: ella fue una puta feliz, muy feliz, orgullosa de ser puta y triste de ser mujer sin derechos por elegir ser puta.

“Mientras viva defenderé mi derecho a ser puta, porque a mi ser puta me ha dado todas las posibilidades de la libertad que las grandes damas de este país nunca podrán sentir”: se lo escuché decir el día que quiso ser la embajadora oficial de Feminismo Artesanal en las calles.

Les cuento que me siento orgullosa de haberla conocido, de escucharla, de discutir con ella, de sentirme frustrada cuando no la entendía y, sobre todo, muy orgullosa de saber que ella con su vida marcó la historia de la puta callejera en Colombia en un antes y un después.

Yo tengo terribles sospechas de que su muerte no fue un accidente. No lo puedo decir, no lo puedo probar, solo es un presentimiento basada en las cosas que se han dicho y que son muy extrañas.

Si en Colombia pocas veces llegan al fondo de feminicidios de mujeres políticamente correctas, ¿cómo voy a tener confianza yo que se haga un trabajo serio de investigación sobre la muerte extraña de una puta callejera? Eso es mucho pedir. Yo lo sé. Reprocho abiertamente el silencio de las colectivas en las que ella caminó muy de cerca. No veo marchas, no veo lamentos públicos y tampoco veo en internet alguna revuelta virtual. ¿Tienen miedo?, ¿saben algo que nadie sabe? Esas y otras más preguntas tengo en mi cabeza.

No me corresponde a mi hacer la revuelta; les corresponde a todas las personas que caminaron con ella en esta resistencia. Aunque yo debería en nombre de nuestra amistad hacer el llamado a manifestarnos pidiendo la verdad de los hechos, quiero respetar el deber político. Este es deber de las colectivas con las que ella convivió. Yo le daré eco a sus memorias cada año, ese es mi compromiso y me ocuparé de que Lala no sea un memoricidio más de esta patria que ya no es patria boba si no patria bruta.

Desde mi resistencia en Feminismo Artesanal, mientras yo tenga voz hablaré de quién fue Lala, de la Lala que yo conocí, e invitaré a cada quien a hablar de ella, de la versión de Lala que tuvo la oportunidad de conocer.

Katherine Ángel, quién toma las banderas de Laura Vivía Beltrán en materia de prostitución dentro de Feminismo Artesanal, asumiendo su rol de embajadora a donde quiera que vaya con este tema, forma parte de un colectivo llamado Caos en el cual Lala también se sintió parte. Este colectivo ha realizado un sentido homenaje. Es simbólico y político Está justo en una pared frente a varios de los prostíbulos que tiraron a Lala a la calle y la vetaron porque Lala no se sometía a sus «reglas» insulsas que deberían ser delito.

Lala no era una santa ni pretendía serlo, buscaba ser una puta libre y que todas las que lo decidieran lo fueran. Este mural está en la calle 23 con 16a en el barrio Santa Fe. El prostíbulo que permitió hacer este homenaje se llama Eclipse. Invito a que pasen y se saquen una fotografía ahí y la suban a sus redes. También espero que guías turísticos que llevan a sus clientes a los prostíbulos de la zona se den una pasadita por ese mural y saquen fotos.

Lala Switch Alarcón

Colofón: A la distinguida sociedad colombiana de buenas costumbres le tengo que decir que en no pocas familias “divinamente” existe una puta enclosetada, muerta del miedo de que se enteren que son putas, inventándose una doble vida porque no quieren ser juzgadas por su familia y la sociedad y que ellas pueden amanecer un día muertas en circunstancias “extrañas”. Las prostitutas no necesitan juicios de valor ni la condena a vivir en un armario. El armario es para la ropa y si alguna no quiere ser una puta declarada públicamente, ella debe saber que aun así en su rol de puta secreta, si llega a necesitar exigir garantía de derechos, ser puta no le quita derechos humanos. La sociedad debe no escupir tan alto sobre la vida de las putas y empezar a verlas como personas sujetas de derechos y dejar de normalizar las violencias que enfrentan a diario.

 

 

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