Opinión

Vivir sin crueldad

Me gusta coleccionar cartas ajenas. Una de mis preferidas está fechada en diciembre 22 de 1977. La envió un joven colombiano próximo a cumplir 25 y domiciliado en Londres a cierto amigo en Bogotá: “Yo sigo estudiando y trabajando de noche”, comenta. “No le escribo a nadie por allá, pues son resto de ‘pepos’”, remata.

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Dicho documento carecería de relevancia, de no ser por las identidades del remitente y el destinatario. El primero… un tal ‘Chucho’, entonces músico pobre exiliado en tierras británicas. El segundo, cómplice a quien debo tan invaluable herencia… Edgard Hozzman, leyenda de la industria musical en Colombia.

Para los despistados, unas precisiones. El ‘arriba firmante’, Jesús Alfredo Merchán (o ‘Chucho’), fue protagonista dentro de la segunda generación de rockeros locales, ya iniciados los setenta. Esto con Malanga, legendaria agrupación, junto a figuras como Augusto Martelo o Alexis Restrepo.

Angustiado por el adormecimiento de la escena nacional, ansioso de encontrar un camino para su arte y abrumado por excesos de adolescencia, ‘Chucho’ decidió partir en 1974 hacia el Reino Unido, donde le esperarían temporadas arduas. Entre la escasez, se vio obligado a asaltar estanterías de alimentos en Marks & Spencer. Vivió en squats (residencias abandonadas) y padeció fríos, adicciones, hambres y pesadumbres.

Su determinación terminó empujándolo a mudarse a Cambridge en calidad de estudiante. Tras considerables sacrificios, ‘Chucho’ Merchán se tituló como contrabajista. La fortuna fue cambiándole. Consiguió trabajo en ensambles de jazz. De ahí saltó a la banda de Thomas Dolby, ídolo pop del momento. Luego, su talento lo conduciría a ser reclutado como bajista por el ex-Who Pete Townshend.

El tiempo fue transformando al antes díscolo aprendiz en instrumentista apetecido. Se vinculó a bandas como Eurythmics o The Pretenders. Trabó amistad con luminarias de la envergadura de George Harrison o David Gilmour, este último uno de los participantes del Colombian Volcano Appeal, concierto organizado por ‘Chucho’ con estrellas británicas para aglutinar fondos en beneficio de los damnificados de Armero. Una proeza similar, también obra de él, tuvo lugar en 1992, cuando, tras congregar un cartel de ensoñación para un recital en Cali, semejante buena acción resultó premiada con el Pascual Guerrero vacío.

‘Chucho’ no abdicó. Continuó consolidando su legado, de la mano de actos como Jaguares, Sinéad O’Connor, Mike Oldfield, Bob Geldof o Robi Draco Rosa hasta que, en 2003, escogió remontar en dirección a su suelo natal, con motivaciones concretas. Estamos hablado de la supresión de toda forma de crueldad por parte de la especie humana hacia el resto de animales, causa que aún constituye su principal razón de vida. Esa misma convicción que lo llevó a gestionar el famoso video antitaurino de Paul McCartney en Bogotá, una pieza que a su manera contribuyó a frenar, al menos temporalmente, ese flagelo.

Lo anterior para contarles que este jueves, Día Mundial del Veganismo, el Congreso de la República estará condecorando a tan brillante músico y gentil amigo, de cuyas calidades superlativas como cocinero vegano mi paladar da fe. Merecido galardón. Primero, en honor de aquellos que, como ‘Chucho’, supieron convertir sus sueños en algo más que sueños. Segundo, de los que han encontrado cómo dar el mejor posible destino a sus dones. Y tercero, de los animales, para quienes el tesón de quijotes como él simboliza justicia y la esperanza de vivir sin crueldad. ¡Abrazo, maestro querido! Hasta el otro martes

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