Es parte de nuestra naturaleza desear más, como si nada pudiese satisfacernos completamente, como si nada fuese realmente suficiente. Todos hemos sentido eso en algún momento de nuestras vidas. De hecho, hay quienes nunca dejan de sentirse así, tienen siempre una nueva necesidad y cada vez mayor que la anterior.
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Así como aquel a quien le notifican sobre un aumento de salario y antes de recibir su primer pago ya se lo ha gastado todo, bueno, así. Y pocas veces prestamos atención a qué tan reales son esas necesidades: ¿necesitas un teléfono con cuatro cámaras cuando no puedes tomar una buena foto con tan solo una? ¿Necesitas un carro europeo de alta gama y con un motor digno de un circuito de carreras para una ciudad con calles en mal estado y llenas de atascos de tráfico? ¿Necesitas realmente un cargo donde recibas mucho más dinero, pero tengas mucho menos tiempo para disfrutarlo? ¿Necesitas realmente complacer a quienes te rodean aun cuando ellos ni siquiera recordarán mucho o tal vez nada de lo que hagas?
La gran mayoría de necesidades que tenemos son creadas, duraderas y efectivas, porque cuando se crean, se asocian con una emoción, de allí que tratemos de satisfacer necesidades que creemos nuestras por un impulso que genera presión social, esto nos hace olvidar de lo realmente importante, y es el hecho de que esa emoción en la que se apoya la necesidad –y que hábilmente la publicidad trata de suplir– es algo real y profundo dentro de nosotros, algo que muchas veces nos da miedo mirar, admitir o trabajar.
Todos necesitamos básicamente lo mismo, pero no nos conformamos con lo mismo, y eso es fabuloso, ya que nos impulsa a progresar y a avanzar, nos hace movernos fuera de nuestra comodidad, y así evitamos pasar del conformismo a la resignación que, como he mencionado mucho, es equivalente a estar muertos en vida. El asunto es que no deberíamos permitir que esas necesidades que creemos nuestras y la obsesión por tapar esos huecos nos definan o sea lo único en lo que invirtamos el poco tiempo que tenemos en esta vida.
Y encontrar ese equilibrio es muy sencillo (ojo, sencillo, no fácil), basta con entender que lo que necesitas no está fuera, lo que necesitas está dentro de ti, ya lo tienes, pero está esperando a que lo descubras, disfrutes y multipliques; basta con entender que para despertar es necesario algo más que abrir los ojos, se necesita abrir la mente. Lo que define todo lo que eres y puedes llegar a ser no es lo que tienes, adquieres o acumulas; lo que te define es tu actitud y la manera en la que usas eso que tengas (poco o mucho, bueno o mejor).
Lo que necesitas es menos del ruido externo que constantemente te distrae, y más del silencio interno que te ayuda a valorar en su justa medida lo que vives, a agradecer lo que tienes y a poner en perspectiva tu vida para así trabajar en tus verdaderas necesidades y encontrar la manera más positiva de suplirlas. Tal vez no sea tan sencillo de entender en primera instancia, pero el tiempo te enseñará que eres TÚ todo lo que necesitas.