El respeto no se negocia

Parte fundamental de la esencia o razón de ser del deporte es contribuir al crecimiento humano. La existencia de unas disciplinas (ojo a la palabra ‘disciplina’) que enaltecen la salud del cuerpo, su sanidad mental y la competencia entre humanos conlleva a unas metas: bienestar, alegría, progreso y respeto. En eso los griegos fundamentaron la creación de unos juegos en los que la raza humana le hacía, mediante el esfuerzo físico, un homenaje y un culto a su misma razón de existir. En sí, todo terminaba con una premiación, sonrisas y saber que se compitió con honestidad, respeto por el otro y alegría.

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La carta olímpica dice: “El deporte se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”. En estos tiempos raros que vivimos nos olvidamos de ello dentro del marco de muchas etapas de la vida. Precisamente en nuestro país, en la Colombia de la corrupción, de las tesis que nos inculcan desde pequeños del “vivo vive del bobo”, del “hágale, mijo, que hay que ser berraco y nadie se da cuenta si hace esto o aquello”, del “yo paso por encima de todo y ¿qué o qué?” o “las normas son para otros, no para mí”, el respeto se ha quedado como una palabra decorativa devorada por la cotidianidad del “todo pasa, pero acá no ha pasado nada”…

Y esta reflexión la traigo con lo acontecido con Dayro Moreno en Atlético Nacional. Él, un futbolista lleno de condiciones, un goleador letal, una persona que a sus 33 años ha recorrido el mundo con 10 clubes que han visto su talento, un tipo que ha estado con méritos vistiendo los colores de la Selección, un hombre que se ha ganado a pulso sus millones, fue despedido por no cumplir con un aspecto básico que a lo largo de su carrera ha sido su karma: su relación con el respeto hacia las instituciones, sus colegas, su deporte y hacia él mismo.

Porque nos olvidamos de que no todo, y especialmente en el deporte, que es algo que mueve el corazón y la pasión, no siempre lo importante son los campeonatos, los títulos, los trofeos y las medallas. La decencia, el respeto, cómo se logran las cosas, la manera en que se luchan y la dignidad para hacerlo son aspectos tan importantes como la foto levantando grandes trofeos. El ‘cómo’ muchas veces es más importante que el ‘qué’. Cómo soy, cómo me relaciono, cómo me ven, cómo me respetan, qué proyecto, qué logro, hacia dónde voy, qué quiero ser, cómo lo estoy haciendo. Todo lo anterior forma lo que será mi legado, lo que estoy construyendo, eso es el ADN de lo que dejo como humano en el paso por la vida. Muchos no ganan nada, pero sostuvieron su vida en los pilares del respeto, la decencia y la alegría, esos lo ganaron todo. Eso vale más que cualquier campeonato, medalla o mundial.

Y sí, dirán que “muy lindo todo”. Dirán que soy “más papista que el papa”. Dirán que el “mundo no es rosa”. Dirán que ando en modo Arjona o en modo ‘Rosa de Guadalupe poética’. Tal vez, tienen razón, pero estas reflexiones son necesarias y nacen desde mis mismos errores y falta de virtudes. Lo veo necesario ante los acontecimientos que hoy vivimos y la pérdida de un par de palabras como son: respeto y decencia.

No podemos seguir sustentando la vida en el todo vale con tal de ganar o de sentir emoción por victorias. No, a veces las victorias de la ética, de la moral y de la educación –que son a largo plazo– llenan más las vitrinas de la formación y nos hacen ser mejores.

Lo de Dayro Moreno es un ejemplo. Él debe aprender de todo esto, crecerá y seguirá adelante. Es mi deseo. Acá, de estas situaciones, todos aprendemos, aprendemos por ejemplo que el respeto no se negocia. Y eso, amigos, es un golazo en la vida.

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