Dayro de nuevo, como si su especialidad en los últimos tiempos fuera la de provocar a lo Connor McGregor, apareció en todas las imágenes de los noticieros del fin de semana porque quería jugársela él solo en un deporte en el que hay que contar con 10 hombres más. Necesitaba hacer la suya antes que la del equipo y por eso salió disparado a tomar el balón.
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Un compañero se le atravesó y hubo empujón. Y cabezazo posterior de su coequipero. Era Lucumí, el que se cansó –en una reacción pésima– de los caprichos tan innecesarios de un jugador bueno, pero que no pudo jamás demostrar que su carrera estaba mucho más allá del torneo doméstico. No contento con el papelón vivido, Moreno salió disparado en un pique muy veloz, de esos que no ha exhibido durante esta temporada discreta con Atlético Nacional, para ver cómo terminaba de resolver diferencias dentro del camerino.
Y entiende uno con actitudes como esa por qué un futbolista de su talento terminó siendo la opaca sombra de lo que alguna vez pudo ser. Porque hace poco Dayro también, individualista y protestón con los mismos portadores de camiseta, le iba sacando la piedra a Castellani cansándolo a punta de reclamos vehementes. Y al ‘Indio’ Ramírez también. No es nuevo eso de andar protestando y juzgando cada decisión de sus compañeros, como si su linaje futbolístico fuera mayor que el de cualquiera. Y la verdad no es tan así porque esta podría ser la peor versión de un hombre que hace rato no se encuentra a sí mismo y que, por su nivel y comportamiento, no está como para exigirles nada a los demás.
Su cuenta personal ya aburre: basta recordar aquel día que quiso humillar a Pineida, rival del Barcelona de Guayaquil, apuntando al dinero como manera de zanjar una discusión a su favor.
Basta recordar su poco tino en estos tiempos en los que poco y nada se le ve en el campo, como buscando un pasado mucho más promisorio que lo apuntó como figura, pero a veces a las figuras todo se les perdona. Un día por cuenta de él, Santiago Escobar prefirió renunciar a su puesto como entrenador del Once Caldas. Es que los directivos no estuvieron de acuerdo con que el delantero recibiera una sanción porque no apareció dos días a los entrenamientos: claro, la excusa era que había marcado un gol –de los pocos definitivos en su trayectoria plagada de goles, la mayoría más bien insulsos en cuanto a definición de títulos e importancia real– a los argentinos en las eliminatorias.
Alguna vez un DT le impuso una sanción económica inolvidable y un regaño de esos que parece quedan tatuados en la piel y allí pareció mejorar, pareció calmarse, pero se trató de un espejismo. Hoy a los 33 años, una edad como para ya sentar cabeza, Dayro Moreno parece de 15 porque sigue creyendo que el fútbol depende de un solo genio: él.