Opinión

Los últimos días del hambre

Hay entre las muchas variables conocidas de humanos una minoría de seres obsesionados ambigua y excepcionalmente con la comida. Cuesta admitirlo, pero yo soy uno. Casi siempre estoy comiendo o pensando en alimentos, en alimentarme o en cómo abstenerme de hacerlo para no incrementar mi peso. Cuando no he comido me lamento de no haberlo hecho y cuando acabo de comer me conduelo de lo mucho que comí. Pero aun así mi organismo –o mi mente, todavía no sé cuál– insiste en comer más. Me doblegan los recetarios, los condimentos, las texturas y los ingredientes, aunque a la vez llevo clavada cual cruz –o acaso cual tenedor– la ambivalente culpa del ‘guliento’ y la fijación con el ‘gluten free’.

Quienes sean de los nuestros sabrán identificarse. El club de los glotones acoge, sin distingos y contrario a lo que el prejuicio dictaría, a representantes del género femenino, masculino y de sus innumerables derivados. Todos ejercemos una suerte de aproximación épica a la inmoderación y en concordancia vamos por ahí ‘devorándonos el mundo’, en el más literal sentido de la expresión. Veneramos los alimentos, pese a que al mismo tiempo acostumbramos autoincriminarnos por consumirlos en raciones indecorosas. Contabilizamos calorías y en nuestra enfermiza obsesión solemos incurrir en actos inenarrables de índole laxante, bulímica y vomitiva, y en desenfrenos gastronómicos memorables dignos de Pantagruel.

Tanta antesala para contarles acerca de un platillo exquisito digno de ser engullido de una sola dentellada y con derecho a repetición. Me refiero al más reciente libro de la bogotana Juliana Muñoz Toro, pluma digna de atención dentro de aquella joven camada de narradoras colombianas nacidas en los 80. Los últimos días del hambre nos propone una inmersión por las intimidades de cierta mujer obsesa hasta lo patológico con el acto de comer y la comida, a través de un relato trazado con el fino pincel –corrijo de nuevo, ‘con la fina cuchara’– de quien se ha permitido las más elaboradas y brillantes reflexiones alrededor del alimento como hecho lingüístico, social, científico, cultural, médico, estético, psiquiátrico, psicoanalítico, criminalístico, toxicológico, neurológico, literario y poético.

La obra va conduciéndonos por toda suerte de sucesos y reflexiones alrededor de la comida como aquella omnipresencia en la que poco pensamos, por andar comiéndonosla, pero cuyo influjo traza nuestro existir terrenal. También por los oscuros senderos a los que una pasión puede despeñarnos a quienes solo vemos como viables las rutas del exceso o de la absoluta abstinencia.

A lo anterior es preciso sumar la agudeza de la autora al dejarnos vislumbrar la influencia poco sana de un entorno empeñado en señalar a quienes no se acojan a determinadas imposiciones estéticas y al permitirnos mirar con la racionalidad y el respeto debidos las dificultades que presupone una condición seria, como lo es la adicción a comer. En suma, Los últimos días del hambre constituye un relato necesario, oportuno y entretenido, con un final entre picante y agridulce, cuya deglución deleitará hasta al más gourmet de los paladares. A propósito del particular, hoy martes, a las 6:30 p.m., la propia Juliana Muñoz estará en el Café Nicanor (calle 29 / carrera 34A) conversando con Miguel Manrique sobre estas páginas que sin dudarlo recomiendo saborear, bocado a bocado. La entrada es libre. Yo de ustedes iría… ¡y probaría! Hasta el otro martes.

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