Lo más habitual es que los conflictos se nos presenten a través de una dualidad: bueno o malo, blanco o negro, razón o corazón, etc… Pero muchas veces hay otra gama de factores que pueden incidir en la manera en que se desarrollan y que parecerían como algo casi imposible de superar o, al menos, lo bastante tortuosos como para amargarnos la vida un rato.
PUBLICIDAD
Algunos de los factores que inciden habitualmente para empeorar las cosas son el miedo, el orgullo y el ego. El miedo suele tratar de paralizar y sembrar dudas, ya sea para que no se den los pasos necesarios para avanzar o para que se retroceda sobre lo andado. El orgullo busca atacar, porque encuentra en esto una manera de protegerse de los que cree serán ataques de otros, sin importar el daño que pueda causar. Por su lado, el ego busca imponer, ciego ante la lógica y la razón, se mueve impulsado por el capricho que le significa obtener siempre lo que desea para sentirse importante, aunque sea un poquito, y al igual que el orgullo, no mide consecuencias de sus actos frente a los demás.
Y aunque estos impulsos puedan ser naturales, nuestra labor (si lo que queremos es tratar de vivir cada vez mejor, claro está) es no permitir que se conviertan en habituales y pensar realmente quién manda a quién: si nosotros sobre estos impulsos o ellos sobre nosotros, determinando así nuestros actos y por consiguiente nuestra personalidad.
Obviamente muchos dirán que gobernamos los impulsos a nuestro antojo, pero eso sería algo tan vacío como el borrachito que repite siempre que sabe cuándo parar de tomar (estando ya ebrio), esto si no entrenamos nuestro carácter y criterio diariamente con el fin de evaluarnos y conocernos más.
Una buena manera de entrenarnos todos los días para evitar que esos impulsos nos dominen es entender que no son nuestros enemigos, sino nuestros maestros. Cuando nos prohíben algo, nos sentimos más atraídos hacia eso que ahora nos resulta prohibido (si necesitas un ejemplo, piensa en una dieta y el antojo que te da todo aquello que no deberías comer y que antes tal vez ignorabas), y esa es la manera en la que el miedo quisiera actuar en nuestras vidas, tratando de hacernos dudar de nuestra fuerza y capacidad para que nos obsesionemos en demostrar lo contrario; claro, se le va la mano, pero esa es una de sus más valiosas lecciones. El orgullo seguramente lo que pretende enseñarnos es a ser pacientes y a que nos aceptemos tal y como somos, porque es allí en donde radica la verdadera fuerza, no en lo que se aparenta.
Y por último el ego, entre muchas de sus lecciones, quiere mostrarnos que todos, absolutamente todos, somos importantes, relevantes y únicos, y que hay espacio para todos, pero sobre todo que la verdadera grandeza no consiste en minimizar al otro, sino por el contrario en apoyarlo para que crezca y exaltar sus cualidades.
Sé que en medio de una discusión es prácticamente ‘imposible’ detenerse a analizar quién manda a quién en tu interior, sin embargo, justo en medio de esta, puedes darte un minuto para pensar en ello y entender que cuando le das un rol diferente a estos impulsos, sueltas tensión y ganas control sobre tus emociones y reacciones, que es lo que realmente importa.