Aún existimos algunas criaturas aferradas a eso que llamaban ‘radio de dial’. Me refiero a aquellos radiotransistores coloquialmente denominados ‘de ruedita’, hoy amenazados de extinción por las generaciones más recientes, demasiado abrumadas con tanto streaming que pulula por ahí.
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El fetiche tiene justificaciones: como muchos colombianos de mi edad o mayores tuve la suerte generacional de haber encontrado en la radio una compañía omnipresente. Bien puedo evocar esos finales 70 y tempranos 80 cuando casi “ni FM había”. Y me veo sintonizando los 1550 kilohertz de Radio Fantasía a mis cuatro, los 94.9 FM de Stereo 1-95 a mis diez y El zoológico de la mañana de 88.9, a mis trece.
Supongo que a varios les sucederá, según fechas de nacimiento y tamaños, y que algo parecido opinaría mi mamá sobre su Radio 15, mi abuelita sobre sus Emisoras Nuevo Mundo o mi difunta bisabuelita sobre la señal de Nueva Granada, que tan clara debía entrarle en su Calarcá natal. Pero elucubraciones aparte y de retorno a esta actualidad, muy necesitada de cosas gratas que adormezcan los padecimientos presentes, lo arriba dicho para compartirles que tuve ocasión de asistir al nuevo montaje del Teatro Nacional La Castellana, un espectáculo teatral englobado bajo el rótulo de Amor en tiempos de radio.
Ambiciosa empresa artística aquella de condensar en noventa minutos y enmarcada dentro de un hilo dramático sostenible la historia de la radiodifusión en Colombia desde sus inicios hasta la última década del siglo XX. La radio ha sido espectadora, relatora, compañera y protagonista excepcional de nuestra cotidianidad desde, por lo menos, los lejanos 30. Retratar y recrear su trasescena, sus metamorfosis, sus sonidos y sus intimidades constituye, de entrada, un reto. Con mayor razón dentro de un entorno tan propenso a la amnesia. Para tranquilidad de los interesados, Amor en tiempos de radio lo resuelve con loable fortuna, personajes entrañables y preciosismo estético, entre lo testimonial y lo emotivo.
Bajo la dirección de Laura Villegas, la obra nos remonta a las eras del radioteatro, el ‘radioconcurso’, la ‘radionovela’, las ‘radiocuñas’ y de los ‘radioactores’, entre muchos otros ‘radio-especímenes’. Pero en simultánea nos propone una mirada afectuosa y romántica al medio. Desde el trágico fallecimiento de Carlos Gardel hasta la consagración de las estaciones musicales, deportivas e informativas, de las ‘luciérnagas’ y de los programas tipo disc jockey. Todo ello envuelto en un repertorio musical prendido a nuestras nostalgias e interpretado en vivo, como entonces “se estilaba”. Lo anterior bajo el pretexto de un ‘radiodramatizado’ construido a tiempo real, década a década, que entretanto nos da oportunidad de revisar algunos de los hitos del trasegar de esta nación que habitamos y las vivencias de una pareja de seres concebidos bajo el amparo de las ondas radiales.
Quiera el cielo que las deidades de la radio y la dramaturgia se confabulen para que Colombia, en masa, comience a volcarse con entusiasmo ante su propia historia con el fin de degustarla, revisarla, apropiársela y conocerla, y que iniciativas como esta sean recompensadas con una acogida concordante con su valor y calidad. La radio, eso no lo dudemos, sobrevivirá. ¡Está garantizado! Hasta el otro martes.