Barcelona es una ciudad de poco más de millón y medio de habitantes que recibe al año cerca de ocho millones de turistas. En barrios como el Gótico, uno de los más famosos y visitados, se pueden encontrar en temporadas altas siete turistas por cada diez habitantes.
PUBLICIDAD
En la capital de Catalunya la gente se mueve mucho a pie, pero el taxi es clave si necesitas cargar muchas cosas, si vas a o vienes del aeropuerto o si simplemente quieres ir cómodo. La historia es que entre el 26 de julio y el primero de agosto de este año, una semana mal contada, no hubo taxis para unos ni para otros. Metro, bus, bicicleta, lo que diera el ecosistema, menos taxis. La culpa la tuvo Uber, o al menos eso pensaron los que se fueron a huelga, que bloquearon la ciudad de manera civilizada, parqueándose en grandes avenidas, pero dejando un carril libre para que el resto de la ciudad fluyera.
Ya tenemos entonces más cosas para hermanarnos con España: no solo el idioma y el gusto de unos y la oposición de otros a los toros, sino el conflicto entre conductores de taxis y de Uber. ¿La razón? La misma que en el resto del mundo donde se han presentado incidentes relacionados con el asunto: acusar a Uber de competencia desleal por no cumplir con las normativas que a ellos sí les aplican. París, Madrid, Berlín, Bogotá, San José de Costa Rica, da igual, el mercado está cambiando y algo hay que hacer para que los dos sistemas puedan coexistir sin mayores conflictos, que mercado hay para todos. La diferencia entra Barcelona y Bogotá, por ejemplo, es que en la primera no se vieron mayores desmanes, mientras que en la capital colombiana se arman retenes clandestinos y se hacen emboscadas con piedras.
No dejaba de ser curioso andar de turista y ver la Gran Vía decorada con cientos de taxis amarillos y negros, mientras sus conductores protestaban con gritos y pancartas y pasaban las horas muertas jugando cartas. Tampoco había Uber ni Cabify, los choferes de ambas compañías prefirieron guardarse porque el asunto no estaba para fiestas, entonces, lo que quedaba era más ocio y parsimonia en una ciudad que se caracteriza por ser vertiginosa, pero al mismo tiempo por no tener afán de nada. En Barcelona se te pueden ir las horas mirando para arriba mientras andas sin rumbo fijo al mismo tiempo que sientes que vas con afán.
Ya no están en huelga los taxis, no por ahora. Han hecho una tregua porque no solo la ciudad tiene que moverse, sino porque hay que comer y no hay billetera capaz de respaldar un largo cese de actividades. Fue raro estar en Barcelona en esos días, cuando todo fue irreal: cruzar el Atlántico para encontrarte con lo mismo que tienes en casa. Al mismo tiempo fue atractivo, la ciudad se despejó y mucha más gente de lo normal, que de por sí ya es mucha, se puso a caminar; fue como estar una semana en una feria de pueblo. Y si miramos bien, así tenga uno de los principales equipos del fútbol del mundo, Barcelona es eso, un pueblo, y encima es como si siempre estuviera de fiesta.
Dicen los taxistas que vuelven a parar en septiembre; ya veremos. Si tiene planeado ir por esos días y lo llega a coger una huelga de esas, prepárese para caminar, o más bien váyase a la playa. Lo bonito de estar en el mar es que nada importa y se siente que todo lo que existe sobre tierra firme se puede ir al carajo.