En la antesala de esta cita histórica, traeré a cuento una anécdota que merece lugar privilegiado dentro de los anales de las desvergüenzas fubolístico-diplomáticas compartidas por Colombia e Inglaterra. El primer combate entre ambos seleccionados tuvo lugar en 1970. Fue un amistoso, preparación para el Mundial mexicano. Los campeones del 66 llegaron a ElDorado en mayo 18. Según lo informó El Tiempo, aquella tarde, antes de partir para una recepción ofrecida por Millonarios, Bobby Charlton, figura británica, fue víctima del carterismo, junto al fútbol, el tejo y el ciclismo otro deporte nacional
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Las desdichas continuaron. De acuerdo con testimonios posteriores, a las 6:25 p.m. el zaguero Bobby Moore, el propio Charlton y un tercer colega nunca identificado ingresaron a la joyería Fuego Verde del Hotel Tequendama, donde estaban alojados. Culminada su visita, la joven y agraciada Clara Padilla Morales, empleada del establecimiento, notó la ausencia de un brazalete de oro de dieciocho quilates y cincuenta gramos de peso, con doce incrustaciones de esmeraldas e igual cantidad de chispas de diamantes avaluado en unos 1.300 dólares, en apariencia removido del exhibidor.
Sin meditarlo lo suficiente, Clara acusó a Moore de sustraerlo. Vinieron los alegatos, las requisas y luego las imputaciones formales por parte de Danilo Rojas Castellanos, propietario del negocio. Demandaron a Bobby por 200.000 pesos, suma desproporcionada si tenemos presente que la alhaja no llegaba a los 26.000. Aunque semejantes cargos no impidieron a Moore abandonar el país una vez finalizada la contienda –ganada 4 a 0 por ‘adivinen quiénes’–, ello sí bastó para que las autoridades bogotanas lo retuvieran y apresaran el 25, en su escala de regreso, tras enfrentar a Ecuador en Quito.
A una semana del debut de Moore, el balompié estaba paralizado. Ingleses ilusionados con tener la copa back home rodearon las instalaciones de la legación colombiana en Londres para protestar. El primer ministro Harold Wilson solicitó al presidente Lleras interceder, facilitar la participación del defensa en la gesta mundialista y así no resquebrajar los nexos entre ambas ‘potencias’. Avergonzado, Alfonso Senior, presidente albiazul, hospedó al sindicado en su vivienda, previo juramento de impedir todo intento de escapatoria.
Moore procuró mantenerse calmo, utilizó la sede de los Embajadores para entrenar e incluso trotó por predios cercanos al Chicó, vecindario de quien lo socorrió, con la esperanza de reincorporarse pronto a la concentración. Al final, innumerables discordancias en las declaraciones de testigos demostraron la inocencia del jugador, quien en mayo 28 partió en libertad condicional rumbo a su debut frente a Rumania. Dudo que le hayan quedado ánimos de volver por aquí.
A la postre, Gran Bretaña llegó anímica y deportivamente diezmada a la gesta del 70. Su eliminación “en cuartos” exterminó cualquier ilusión y Brasil se alzó. Los años trajeron otros hitos binacionales, enmarcados entre empates o derrotas cafeteras: Andrés Escobar y su gol de Wembley en mayo 24 del 88; la ‘escorpiónica’ atajada de Higuita en septiembre 6 del 95; la deslucida eliminación en junio 26 del 98 con llanto de Faryd incluido; y un amistoso en 2005 del que no tengo recuerdos. Pero ninguno, a mi parecer, supera el llamado ‘Bogotá Bracelet Incident’. Hoy, en vísperas de este reto a la tradición, solo espero que el espíritu del difunto y portentoso Moore no sobrevuele Moscú con ánimo revanchista. Hasta el otro brazalete. O mejor: ¡hasta el otro martes!