Cincuenta mil personas apostadas en el estadio Azteca gritaron “¡Fuera Osorio!” en el partido de despedida de su selección rumbo al Mundial. De diez periodistas, nueve no creen en él y, con planeación o sin ella, orquestaron una campaña de desprestigio para sacarlo del cargo. El gremio de entrenadores y de grandes estrellas o glorias del fútbol de ese país, encabezados por Hugo Sánchez, no pararon de minimizar su trabajo y pedir su cabeza. A eso súmele xenofobia, burla e insulto, todo esto ha soportado el colombiano Juan Carlos Osorio como director técnico de la selección de México. No es nada nuevo, su vida ha estado marcada por remar contra la corriente y, con el remo de la perseverancia y el trabajo, callar bocas.
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Parece que el destino dictara que para amar, admirar y creer en Osorio hay que transitar primero un camino de incredulidad, de no respetarlo y de dudar de su trabajo. Me pasó a mí. Como hincha de Nacional no creí en su trabajo durante los primeros cinco meses de su gestión al frente del equipo, escribí trinos en su contra, pedí que se fuera del club, juzgué sus decisiones obnubilado por mi ignorancia y terquedad, y luego, al son de la victoria, aprendí mi lección. Una lección llena de humildad.
Y es que así pasa con este profe que nació en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, hace 56 años. Su vida como jugador se resume en ser un aplicado y ordenado volante 8 que jugó a nivel profesional en el Pereira y que vistió la camiseta de su departamento e incluso una juvenil de Colombia, si no estoy mal. Una lesión lo sacó del fútbol y a punta de esfuerzo, con bajo perfil, pero con el objetivo claro, decidió hacerse entrenador a punta de academia en Estados Unidos (educación física) e Inglaterra y Holanda (carrera de director técnico de fútbol avalada por la UEFA).
Lo anterior es información a la mano de todos, pero un día tuve la oportunidad de charlar con este personaje durante varias horas y descubrí un ser excepcional. Lo primero que hice fue ofrecerle, desde el corazón, excusas por mi ignorancia, falta de madurez, paciencia y tontería al irrespetarlo desde mi condición de hincha. Y es otro sello de lo que es Osorio: al final, cuando se ve el fruto de su trabajo, llega la excusa de quienes lo vapuleamos. Era lo mínimo. Luego, al son de una tertulia sobre el fútbol y la vida, me contó del porqué de su libreta, de su orden, de su método.
“Mi padre fue visitador médico por casi 30 años de una prestigiosa firma americana. Era un hombre muy trabajador. Desde el lunes a las 5:30 a.m. ya estaba con su traje de corbata, bien afeitado y dispuesto a la labor. Recuerdo que todas las noches tenía que hacer informes de ventas y se acostumbró a hacer el plan de cada día. Todo lo planeaba y lo dejaba por escrito. Siempre me dijo: ‘Es mejor un lápiz corto que una memoria larga’. Desde niño aprendí que era mejor escribir para tener mejor en cuenta todas las labores. Eso lo trasladé al fútbol. Desde mi época en la Selección Risaralda y el Deportivo Pereira, cuando jugaba de 8, siempre escribía mis tareas defensivas y ofensivas. Por ejemplo, el promedio de pases que hacía al frente, atrás o laterales”, relata el profe mientras acomoda unas fichas imantadas en un tablero con una cancha de fútbol.
Su padre es su faro; su familia, la piedra en la que sustenta todo. Osorio es un hombre de ejemplos que da ejemplo. Al hablar de fútbol es como si una droga se activara en su interior, la pupila se nubla y, como buen maestro, explica, mueve las fichas, gesticula, busca en su libreta, pregunta todo el tiempo: “¿Me sigues?”, “¿sí entiendes?, ¿seguro?”. Hay una risa cómplice, duda, vuelve atrás, cada movimiento de un jugador tiene una razón de ser, imagina triángulos en la cancha, tiene cuadrados en su mente que dividen cada sector del campo, la cancha no es una sola, son cuadrillas y cuadrillas que dividen todo y que hacen que en cada zona se jueguen partidos distintos que hacen que el partido mismo tenga objetivos claros para lograr el mayor: tener el balón, generar pases, desdobles, repliegues rápidos, rupturas, superioridades y opciones de gol.
Me cuenta que su primera libreta a nivel profesional en el fútbol la tuvo en 2001, cuando se inició como asistente en el fútbol de primera división en el MetroStars, hoy Red Bulls. Lleva 17 años usando una libreta en todos sus partidos para apuntar, con esferos azules y rojos, las opiniones e incidencias más relevantes de lo que ocurre en el juego.
Pero hay otro factor en lo que Juan Carlos Osorio trabaja sin descanso. Para él la toma de decisiones es un factor fundamental en el deportista. Ese instante en el que el jugador debe tomar la decisión correcta en el pase, en la acción, en la definición, es la clave del éxito en el fútbol. Y en eso trabaja a diario: fortaleza mental para decidir y madurez. Los pequeños detalles hacen los grandes triunfos.
El partido ante Alemania en el debut de México en el Mundial lo planeó durante seis meses y le salió a la perfección. Es el mejor juego que ha disputado una selección mexicana en su historia. Es cátedra pura para mostrar en las academias de entrenadores. Pero es en lo humano en donde este señor es más fuerte. En la adversidad no para su trabajo, se hace más fuerte. En la derrota, factura con triunfos y es humilde en el discurso. Osorio es un innovador, un resiliente, uno de los nuestros que es distinto, que nos indica el camino para trabajar como mejores colombianos. Ojalá un día no muy lejano asuma nuestra Selección Colombia, el camino, conociéndonos, será el mismo: incredulidad, insultos, victorias, pedir perdón y reconocer su legado. Yo recibí mi lección, por Juan Carlos Osorio solo siento admiración y sigo aprendiendo. Es un grande.