El voto debe ser una expresión autónoma y espontánea de la voluntad individual. La Constitución de Colombia establece que el voto es libre, cada quien puede apoyar al candidato o lista de su preferencia, basándose en los designios de su libre albedrío, ajeno a amenazas, intimidaciones o cualquier otra forma de presión. No obstante, estamos en Colombia, un país que no reconoce la otredad, no respeta la diferencia y no acepta la diversidad humana, lo cual hace que sea deber del Estado tomar todas las medidas tendientes a permitirle a la ciudadanía en general mantener en reserva sus preferencias electorales.
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Justo para evitar violencias a razón de la intolerancia, el voto es un derecho y un deber ciudadano: toda persona en Colombia mayor de 18 años, a excepción de integrantes de la fuerza pública, tiene la facultad de participar en las elecciones por medio del sufragio. El derecho al sufragio no tiene distinciones de raza, credo, género, situación socioeconómica, nivel educativo o militancia política.
En Colombia se reconoce el valor del voto en blanco, voto que cada vez más personas contemplan. El voto en blanco consiste en realizar el acto mismo del voto, o sea, votar, manifestando que ninguna de las opciones planteadas le parece adecuada a la persona votante. El derecho al voto secreto tiene su razón de ser no solo por el miedo a las violencias físicas, también a la violencia social, psicológica, moral y todo tipo de violencias simbólicas.
Sin el derecho al voto secreto, por ejemplo, el jefe puede despedir a empleados que voten por candidaturas diferentes a las que el respalda, familias deciden cortar vínculos a razón del voto… Es absolutamente saludable el voto secreto.
¿Entonces nadie debería exponer públicamente el voto? Un derecho no es un decreto, ni una ley. Por tanto, el ejercer un derecho no es una obligación. El derecho al libre albedrío nos permite “renunciar a cualquier derecho”. La democracia participativa debe ser libre en todo sentido, y esa libertad también consiste en que alguien tenga el derecho de exponer su voto y hacer campaña por el mismo. Nadie debería ser matoneado por su decisión de exponer el voto y hacer campaña por ese voto.
¿Entonces está mal cuestionar el voto de las personas que exponen su voto?
De ninguna manera está mal cuestionar el voto de las personas que deciden renunciar a su derecho al voto secreto para motivar a otras personas a votar por su candidatura preferida. El asunto es que muchísimas personas no conocen la diferencia entre increpar (reprender con rigidez y severidad la opinión o conducta de una persona), confrontar (poner frente a frente pensamientos y argumentos contrarios para comparar y sacar reflexiones que permitan decisiones más conscientes y convenientes al final de los juicios de valor a criterio individual), cuestionar y persuadir (conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado.)
En una sociedad educada para la democracia no tendríamos que hacer estas reflexiones; no tendríamos que explicar que no es lo mismo increpar, confrontar, cuestionar y persuadir a difamar, calumniar, maltratar, violentar y realizar todo tipo de matoneo. En estas elecciones no pocas figuras reconocidas y no tan reconocidas hemos hecho público nuestro voto y hemos sido sometidas a matoneo. No hubo poder humano que detuviera tanta violencia simbólica.
Es hora de entender que en esta democracia enferma de abstencionismo y fanatismo partidista, la realidad es que somos el país donde todo es blanco o negro y no existen los grises, ni los colores, ni las tonalidades de colores. Aquí es donde reina la absurda frase de Jesucristo: «El que no está a favor Mío, está contra Mí; y, … El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama”.
Aquí, donde por décadas la democracia se ha resumido por supervivencia ciudadana al desagradable hábito de votar por el mal menor, y que en consecuencia ahora existe un porcentaje de ciudadanía que decidió votar en blanco y “dejar que entre el diablo y escoja”, nadie tiene por qué deslegitimar el fuero interno de cada persona.
Nadie debería ser perseguido por asumir una postura política pública o privada. No obstante, opino que los liderazgos políticos sean partidistas o ciudadanías activistas tienen el deber ético de votar en defensa radical de sus principios de causa, antes de sus ideales políticos personales. Con esto explico que una ciudadanía enajenada del activismo y de los partidismos tiene responsabilidad única con sus ideales políticos y criterio. Todo voto debe obedecer al fuero interno de cada persona. Mi querida gente, no es cierto que quienes votan en blanco son irresponsables políticos o cómplices de la dictadura castrochavista que se avecina, según dicen enemigos políticos de Petro, o de las injusticias sociales con las madres de Soacha y de los falsos positivos, según los amigos políticos de Petro. De ninguna manera eso es verdad.
La ciudadanía que vota en blanco solo tiene sed de un cambio radical real. De dejar la corrupción radical como dictadura estatal y realidad normalizada en el pasado. Y consideran que su voto de opinión le permite ser coherente con sus ideales y eso de ninguna manera es un delito.
Hablaré con acritud: vale mierda al final de cuentas por quién votemos si no entendemos el sagrado derecho de la libertad de conciencia, opinión y expresión.
Cuando no respetamos el libre albedrío y creemos que el chantaje moral es una herramienta saludable como práctica política, NO existe democracia.
Votaré por Petro porque soy activista defensora de los DDHH con énfasis en derechos de niñas y mujeres. Porque a mi juicio el feminismo corre peligro en manos de Iván Duque y su gabinete. Porque soy presa de la dictadura del voto con miedo. Le tengo más miedo a un gobierno de Iván Duque que a uno de Gustavo Petro. Porque me dejo llevar por los hechos. A Petro lo acompañan humanistas, académicos, activistas y ciudadanías barriales, mientras que a Duque lo acompaña las dinámicas políticas conservadoras y Uribistas que tienen a este país sumido en la desgracia de no tener un país donde quepamos todas las ciudadanías en igualdad de oportunidades, opciones y derechos. Yo votaré por Petro porque sé que es un gobierno al que no tendré miedo de confrontar, cuestionar, increpar o persuadir, mientras que con Duque sé que difícilmente le importará las exigencias de las nuevas ciudadanías.
Yo hoy estoy con Petro, no sé mañana. Hoy hago un voto ético, e invito a votar por Petro. Mi moral no me permite votar en blanco y eso de ninguna manera me convierte en superior moral a quienes deciden votar en blanco. Yo en una nación saludable debería estar votando por una candidatura que no me produjera miedo, dudas o reproches de acto. No obstante, estoy en Colombia. Aquí la democracia participativa y representativa da miedo y es por eso que millones son abstencionistas. Como activista debo asumir mi voto a favor de las cosas que defiendo por encima de mis miedos y de mi criterio personal sobre lo que sería una presidencia idónea.