De niño soñaba con llegar lejos; no en la vida, digo, sino en el mundo. Ni idea a dónde, pero sin duda no a Moscú. Cuando tienes 10 años, hasta el pueblo más cercano al lugar donde naciste te suena a Júpiter.
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Está bien que la gente se tome vacaciones de mitad de año para ir a la playa, a la montaña, a conocer Europa o a visitar a los suegros, pero son destinos secundarios por estas épocas. Hoy el planeta gira en torno a Rusia, y aunque yo sea un actor de reparto que apenas figura entre un enjambre de futbolistas, hinchas y periodistas, me siento en el centro del mundo y me gusta sentir que hago parte de esta fiesta. En estos momentos todos los aviones vuelan a Moscú y en las calles de la ciudad se encuentran aficionados de todas las nacionalidades. Gente que nunca se ha visto y que probablemente nunca se volverá a ver, se cruza al frente del Kremlin mientras que cerca de allí la FIFA designa la sede del mundial de 2026, y en otro punto de la ciudad José Mourinho hace de comentarista en un programa de televisión y Zlatan Ibrahimovic protagoniza una campaña publicitaria de alcance global.
Solo acá, y tal vez en Nueva York, por estos días hay gente de todas las nacionalidades, idiomas y razas y son más los que celebran que los que pelean. Desde el avión, Moscú es una sábana de trece millones de personas, repleta de luces amarillas y puentes que atraviesan una y otra vez el río del mismo nombre. Y mientras en el resto de este hemisferio el calor ya derrite, acá las temperaturas van de los diez a los 22 grados centígrados. Aun así, no existe un lugar en el planeta más caliente que este.
Antes de ayer en Domodedovo, uno de los aeropuertos de la ciudad, era la una de la mañana y parecía la una de la tarde. Inmigración y aduanas se congestionaban, al igual que las pistas de aterrizaje, con vuelos provenientes de Barcelona, Frankfurt, Varsovia y un puñado de ciudades más. En mi vuelo venían al menos veinte peruanos, todos ataviados con prendas alusivas a su equipo y una cacerola que hicieron sonar durante todo el vuelo. En condiciones normales los habrían llamado a la cordura, pero en Mundial parece que esos gestos se valen. Además, 36 años sin jugar la copa amerita cualquier tipo de comparsa, aunque sea en el interior de un avión.
Pero por mucho que griten y estén felices, saben que no van a ganar, solo celebran su regreso a la élite. No creo que esto salga de Alemania y Brasil. España venía en un segundo renglón, pero la salida de su entrenador le quita muchas posibilidades, mientras que Francia está llena de individualidades que no producen en lo colectivo, y Argentina no tiene equipo. Como no podía ser de otra forma, el mejor jugador que ha pisado una cancha de fútbol nunca va ser campeón mundial. Hablo de Messi, por si acaso.
Hace unos meses le oí a alguien decir algo categórico sobre Brasil: si juega como jugó las eliminatorias y los amistosos de comienzo de año, no solo va a ser campeón del mundo, sino que lo hará de manera brillante. Después del golpe del 7-1 de local en semifinales del mundial pasado, sería quizá la mejor reivindicación de todos los tiempos. Espero que tal cosa ocurra, y que Luis Suárez haga un mundial acorde al tremendo jugador que es. Al uruguayo dámelo siempre para mi equipo; siempre. Expulsado en 2010 y sancionado en 2014, este torneo puede ser su gran revancha. Igual son deseos, nunca me he caracterizado por ser buen vaticinador.
Al final poco importa lo que pase, la gracia es que seré testigo de ello y con eso bastará para estar agradecido. No estoy en el mundial, estoy cumpliendo mis sueños de niño y por eso me siento muy feliz.