Lanzar pronósticos equivale a empeñar la credibilidad propia. De ahí que, por principio, me restrinja prudente y quizá cobardemente de hacerlos. En particular evito aventurar profecías y apuestas vinculadas con mis anhelos, repudios, sueños o pánicos. Nunca, por ejemplo, veo a Millonarios –mi equipo del alma– campeón. Tampoco al líder, la causa, la película, el artista o el individuo con quienes simpatice, victoriosos. Y aunque así fuera y la confianza me embargara, jamás me atrevería a verbalizarlo. No importa si se trata de un reinado, de unas elecciones presidenciales o de una Copa Libertadores.
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Entre muchas razones, porque detesto andar de ilusionado y de soberbio y que los hechos me castiguen. La idea de jugar a Nostradamus, a Max Henríquez, a ‘Guarumo’ o al pulpo Paul para que después el futuro aplaste mi dignidad y me desmienta con todo su peso me aterra. Prefiero esperar lo peor y así, de equivocarme, que tal yerro me favorezca. Demasiada expectativa es prerrequisito para demasiada decepción. Por convencido que esté de mis intuiciones siempre opto por resguardarme bajo el paraguas de un silencio expectante antes que regodearme en soberbias. Me costaría sobrellevar el descrédito de saberme refutado y ridiculizado por el destino. Mejor anular los ímpetus y así irse blindando contra futuras ‘defraudaciones’.
Muchos proceden de manera contraria, una actitud que replican con especial ahínco algunos hinchas deportivos y también ciertos simpatizantes no muy reflexivos de figuras políticas o partidos. Me refiero a aquellos que se anticipan a anunciar lo aún no consumado de acuerdo con sus anhelos o prejuicios. Que el uno ya ganó. Que el otro ya tiene el rótulo de subcampeón o de difunto escriturado a su nombre. Y no hablo sólo del mencionado ‘profesor Guarumo’, de Carlos Antonio Vélez, de Mourinho o de Datexco.
¿Vieron el bus de Atlético Nacional el pasado sábado, pintado, para deleite de detractores, confeccionadores profesionales de memes y demás conciudadanos –entre quienes me incluyo– con una descomunal estrella 17 bien estampada? ¿Celebraron, como yo, la sorpresa del Tolima al contemplar la decimoséptima gloria desvanecida del firmamento verde? ¿Recuerdan el aire de seguridad que nos acompañaba a los del ‘sí’ con antelación al triunfo de la posición opositora en el llamado plebiscito por la paz? Uno debería interiorizar semejantes experiencias y ser cauto.
Sería aconsejable abstenerse de fanfarronerías, de uno y otro lado. Lo dice aquel que vio eliminado al seleccionado patrio de manera memorablemente vergonzosa en Estados Unidos 94. También quien por años se supo maldito después de oír a la Billos Caracas augurando que “Millonarios sería campeón”. Hablo de quien lleva años presenciando el desplome de innumerables futurólogos, analistas y ‘pitonisos’. Y, por supuesto, de aquel que, como las mayorías, creyó inconcebible que Gran Bretaña en pleno avalara el Brexit, que Norteamérica avalara al paparote que hoy tenemos por líder mundial o que hoy nos viéramos enfrentados a semejante disyuntiva electoral, sin que muchos todavía vislumbren lo que debería ser una obvia escogencia.
En lo personal me mantengo pesimista, aunque no por ello dé por cierta la derrota. Y así, sin aspavientos, me obstino en evitarla, por más que estadísticas, expertos y proyecciones se confabulen para desalentarme. Mejor un pesimismo activo y sensato que un optimismo iluso y pasivo. Ya el tiempo nos dirá quién será el que esta vez se quedará “con la 17 pintada”.