Opinión

La vendedora de monas

“De toda esa selva de vendedores y compradores que congestionan las calles por esta época, yo me quedo con esta señora, a quien fotografié a escondidas en una esquina”: Adolfo Zableh

La última vez que hice el álbum fue en 1994 por una sola razón: lo coleccionaba por razones de informativas, no por fetiche. Es decir, lo hacía para ver las caras de los jugadores, saber cuándo habían nacido y dónde y de qué jugaban. Ya para 1998, con el internet en plena marcha, hacer el Panini se me antojó inútil.

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Pero entiendo que no le pasa a todo el mundo. Al revés, llega el mundial de fútbol y la gente se vuelve loca, y es raro, teniendo en cuenta que internet tiene contra las cuerdas a los impresos. No es ese el caso de Panini, que cada vez luce más fuerte pese a la escalada digital. La empresa italiana que existe desde hace más de medio siglo no para de crecer, al punto de que arrancó vendiendo tres millones de sobres al año y hoy la cifra llega a un billón, lo que significa más o menos que factura más de 600 millones de euros en los 120 países donde vende sus productos. Y aunque la reconocemos por sus álbumes de la copa del mundo de fútbol, la verdad es que vende todo tipo de láminas coleccionables.

Parte de ese imperio se alimenta con los vendedores ambulantes que en tiempos de mundial surgen en cada esquina y se convierten en parte vital del tráfico de monas, un mercado donde la venta, la reventa y el intercambio mandan la parada. De toda esa selva de vendedores y compradores que congestionan las calles por esta época, yo me quedo con esta señora, a quien fotografié a escondidas en una esquina. Andaba yo dentro de una panadería, alcé la mirada a ver qué pasaba y la vi ahí, enmarcada en la puerta y no tuve de otra que derretirme de la ternura.

Es que está sola contra el mundo, apenas con una pequeña mesa, unas cuantas cajas de láminas y una sombrilla multicolor como escudo, como sustento de vida, esperando morder algo de esa gran torta de 600 millones de euros al año, así sean migajas. No deja de conmover que por unos cuantos miles venda la figura de Messi, que por patear balones recibe 40 millones al año, sin incluir contratos publicitarios.

Me quedé un rato mirándola y nadie llegó a comprarle, por lo que la ternura se convirtió en lástima, más allá de que nos digan que lástima no debemos sentir por nadie, y menos si está en sus cinco sentidos. Quise comprarle algunos sobres, pero me puse de racional a pensar que para qué, si yo no hago el álbum hace seis mundiales. Después de irme pensé que hubiera podido hacer de buen samaritano, comprarle sobres y regalárselos a algún amigo, que de esos sí tengo varios que están completando el Panini.

El cargo de conciencia me pudo, al punto que tuve que escribir esta columna. Por eso desde acá le pido que, si la lee, pase por la esquina noroccidental del cruce de la calle 73 con carrera novena, en Bogotá, y le compre a esta vendedora de monas en vez de darle esa plata a Carulla; ella y yo se lo sabremos agradecer. Muchas gracias.

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