Al mejor estilo de las películas de acción, parecería que algunas personas cargan en su cabeza un programa de autodestrucción, el asunto es que no es el típico botón de una emergencia catastrófica como en el cine, sino que en la vida real lo asumen como una forma de vida que dosifican diariamente con sus actitudes para destruirse a sí mismos y todo lo que podrían llegar a ser.
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Esa autodestrucción llega de muchas maneras. Puede ser a través del orgullo, cuando no se permiten evaluar la realidad desde otro punto de vista diferente al que tienen instaurado en su mente, negándose la posibilidad de que ese panorama pueda enriquecerse; o puede ser a través de una aparente felicidad, que no deja de ser nada diferente a una apariencia para no desentonar con lo que otros también quieren aparentar.
Pero hay situaciones que pueden ser mucho más riesgosas y tristes a la vez –creo yo–, que son aquellas donde se canaliza esa autodestrucción a través del miedo a dar o recibir amor; o por otro lado, la obstinada negación a perdonar o pedir perdón. Resultan tan críticas básicamente porque, aunque por vías diferentes, terminan llevando a un mismo resultado: una inevitable y dolorosa soledad.
No creo que sea mala la soledad o que sea algo para evitar a toda costa, por el contrario, creo que puede ser una herramienta que facilita el autoconocimiento y por ende el crecimiento personal. Sin embargo, una cosa es la soledad que aprendemos a manejar y la convertimos en experiencia personal, y otra muy diferente la que viene como resultado del aislamiento que se produce por nuestras actitudes. Es diferente estar solo a que con el tiempo (y gracias a tu actitud) nadie quiera estar contigo.
Es precisamente por esto que negarse a dar o recibir amor, así como a perdonar o pedir perdón, puede resultar autodestructivo, porque creará terreno fértil para que con el pasar del tiempo nada ni nadie quiera ser parte de la vida de quienes deciden comportarse de esa manera. ¡Sí!, deciden, ya que si bien las circunstancias que vivimos no necesariamente están bajo nuestro control ni salen como nos gustarían muchas veces, sí somos libres de elegir cómo reaccionar ante una situación, y aunque el dolor sea inevitable, el sufrimiento siempre será opcional.
Si bien el destino puede ser la soledad que mencionaba, antes de eso quienes se niegan a dar y recibir amor suelen pasar por etapas en las cuales rechazan todo, huyen de cualquier cosa que los pueda conectar emocionalmente o que salga de su control o terminan por conformarse con migajas de cariño que puedan tener en la cotidianidad antes de que cierre el día y enfrenten su realidad. Por su lado, quienes tienen problemas con el perdón acostumbran a encerrarse herméticamente en su ego y quieren sentirse autosuficientes sin entender que confunden seguridad con soberbia, determinación con antipatía y coraje con una vana terquedad.
Cada quien decide cómo vivir su vida y precisamente esa es la idea: ¡vivirla!, no desperdiciarla con actitudes que nos hagan olvidar lo que somos y bloquear lo que podríamos llegar a ser. Claro que viene bien reinventarnos y, en ese proceso, tratar de manejar lo que sentimos y descubrir nuevos caminos, pero lo que debemos evitar a toda costa es actuar como nuestros enemigos y autodestruirnos.