Los hinchas de Independiente prefieren no poner en una misma frase el nombre de su club con el de Venezuela. Es raro, pero el Rojo allá padece más de lo que juega –salvo en 1990 cuando destruyó a un club que se llamaba Pepeganga. ¿Qué se podía esperar de un equipo con un nombre como ese?–, así sea superior al adversario que el fixture le ubique en el cuadro de enfrentamientos. Pasó en la Libertadores reciente: aunque los rojos jugaron muy en la onda que ha impreso en su estilo el DT Holan, se fueron derrotados 1-0 por el que parecía ser el invitado de piedra en un grupo parejísimo: el Deportivo Lara que, al menos con esos tres puntos, puso a Millonarios y a Corinthians a pensar en cuál de los cuatro se va a pedir el incómodo rótulo de comodín en su zona.
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La derrota recuerda aquella jornada de Libertadores de 1987. Independiente era sinónimo de victorias coperas y debió tomar viaje hasta Venezuela para jugar contra Táchira, tradicional equipo de ese país, pero de debilidad tremenda en torneos internacionales como su fútbol en aquellos tiempos. Era cosa fácil: Independiente tenía a Bochini, a Villaverde, a Marangoni y a un contestón que debutó a los 15 años bajo los tres palos de Chacarita Juniors armado de personalidad y voladas geniales. Era Luis Islas, uno de los mejores porteros del continente y que se puso la número 1 de Independiente –previo paso por Estudiantes de La Plata–, con la consigna de liquidar el recuerdo de uno de los porteros más apreciados en la historia del equipo: el uruguayo Carlos Goyén. Arrogante en su modo de ser, pero de impresionante talento, pronto se volvió ídolo.
El partido Táchira-Independiente se jugó en medio de la lluvia y en una cancha irregular, empozada y desastrosa. Eso afectó a los argentinos, a quienes les costó acoplarse, tanto que el cimbronazo de alerta lo dio Carlos Maldonado, un número 10 buenísimo que en 1990 no tuvo suerte jugando para Santa Fe por cuenta de una rebelde lesión de meniscos. Maldonado venció al imbatible Islas y todo era sorpresa. Claro, la categoría de Independiente le permitió igualar pronto y parecía que la normalidad continuaría su habitual cauce: en cualquier momento golearía y saldría airoso del trámite.
Hasta que apareció el uruguayo Daniel Francovig: el arquero del Táchira tomó el balón con sus manos, lo dejó caer y sacó de meta larguísimo para buscar que Febles, el 9 del Táchira, peleara en el aire contra Villaverde. Y en efecto viajó la Adidas Tango por cielos venezolanos, cayó y al detener su viaje en el césped apareció el capricho que le dio un bofetón al jactancioso Islas. Él esperaba un pique de balón suave, pero de golpe la bola se elevó sobre su cabeza y se fue rumbo al arco con velocidad. Era gol de arco a arco. Era Francovig el héroe de la historia que dejó a Táchira con un triunfo 3-2 que aún hoy se recuerda y a Francovig instalado en la historia de la Copa, a pesar de lo lejos que estuvo de ganarla. Pero esa victoria y ese magnífico gol fueron un poco como arrebatarle una oreja al trofeo y llevársela a casa.