Opinión

Godos, mamertos, zurdos y diestros

Por estas fechas Colombia es un océano de mentiras cruzadas, farsas virales e injurias torpes a propósito de las elecciones. El godo injuria al mamerto por mamerto, el zurdo al godo por derecho, y los de ambos flancos a los del centro, por ambidiestros, sin saber casi nunca de lo que hablamos. Así, a solicitud de ciertos amigos aventuraré una brevísima historia de algunos de los remoquetes arriba mencionados, a título anecdótico e informativo. Una que nos permita insultar o aplaudir ilustradamente y evitarnos el feo error de la ligereza histórica o verbal:

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Mamertos: GilbERTO Vieira, FilibERTO Barrero, RobERTO González y AlbERTO Rojas Puyo fueron pioneros del comunismo nacional. Como sus nombres terminaban en ‘ertos’, los apodaron ‘mamERTOS’. Unos dicen que Jorge Child acuñó aquella expresión para caricaturizar la superpoblación de ‘ertos’ en el Partido Comunista Colombiano. Otros, que fue Francisco Garnica, del Partido Comunista de Colombia, cuya colectividad solía ser confundida con la otra, al quejarse. «¡A mí no me confundan con Gilbertos, Filibertos, Robertos, Albertos, ni con ningún otro Mamerto!”, cuentan que protestó.

Godos: ‘godos’ era una abreviatura para ‘visigodos’, pueblo germánico que desde el siglo V reinó en territorios ibéricos. Con los siglos el remoquete fue legado a los españoles ‘raizales’, allegados a la corona y defensores de aquellos valores propios de las “gentes bien de toda la vida”, a saber, tradición, familia y propiedad. En contextos independentistas, terminaron siendo denominados así los americanos opositores a la separación de España o ‘realistas’. Luego, durante eras republicanas, el remoquete fue heredado con orgullo por entusiastas convencidos de las bondades de preservar el statu quo, la intervención religiosa en el Estado, la familia convencional y ciertas tradiciones, digamos, ‘ortodoxas’, incluso en el vestir.

Izquierda-Centro-Derecha: Tras la revolución francesa emergieron tres corrientes entre los ciudadanos. Unos pretendían arrebatar al soberano todo poderío y promulgar una constitución. Otros preferían preservar al rey sobre la nueva Asamblea Nacional. Los restantes continuaban indecisos. En resumen, mientras algunos anhelaban liquidar las instituciones monárquicas, otros andaban encariñados con éstas, y los restantes no sabían o no respondían. Llegado el momento de votar, los partidarios de cada postura fueron distribuidos por grupos. Los primeros —en su mayoría clérigos, terratenientes y nobles— se ubicaron a la derecha del recinto, los segundos a la izquierda y los terceros en el centro. Eso cuenta la leyenda, distorsionada quizá, pero conmovedora.

Maniqueísmo: La última palabra a incluir en este fallido glosario, y no por lo colombiana sino por lo oportuna para el cierre, alude a aquella doctrina surgida en las islas de Manes, fundamentada en la creencia en dos principios opuestos que pugnan como fuerzas del bien y del mal, a la manera simplista, digamos, de Superman y Lex Luthor. El maniqueísmo es el padre de muchas tragedias. Cualquiera de nosotros —mamerto, anarco, godo, neoliberal, oligarca, arrancado, izquierdoso, ultraderechista y derivados— comparte responsabilidades en lo concerniente a inoperancias, abusos, tiranías, corrupciones, violencias, populismos, negligencias, inequidades, antropocentrismos, amiguismos, represiones, infamias y demás. Siempre ha habido y habrá parásitos, depredadores, holgazanes y explotadores de todas las filiaciones, y quizá por ello mismo todo proyecto político acaso nazca predispuesto a la imperfección y el fracaso. Pero aun así, romántica, cándida y quizá hasta estúpidamente, prefiero creer que somos individuos antes que borregos, y almas antes que rótulos, colores o banderas. ¡Hasta el otro martes!

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