La Pistola de Chéjov es ahora una inteligencia artificial

Una mirada a Origen, la nueva novela de Dan Brown.

Alguna vez Anton Chéjov le dijo a Gruzinski: «Si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. Si no, no la pongas ahí.» Para Chéjov, todas las cosas pertenecientes a un mundo literario debían tener una razón de ser, tal como la tenían en el mundo real.

A este principio se le conoce como “La Pistola de Chéjov”, el cual fue aplicado por Dan Brown en su última novela “Origen”. La obra gira entorno a dos preguntas que la humanidad se ha hecho a lo largo de la historia: ¿De dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? . Al parecer, un amigo de Robert Langdon finalmente había encontrado la respuesta a estas preguntas, pero al morir, el eterno protagonista de Brown debe hallar la forma de sacar este descubrimiento a la luz por el bien de la humanidad y la ciencia.

A lo largo del desarrollo de la trama, Robert es ayudado por un personaje tan peculiar como fascinante y tan obscuro como alucinante: Winston, un ordenador capaz de mantener conversaciones con humanos, recoger información a velocidades que competirían con la mismísima luz y tomar decisiones por fuera de lo que en un principio pudiera haber pensado su creador. Dan Brown pudo haber creado una persona experta en computación, un científico o un profesional en humanidades digitales, pero decidió acompañar a Langdon con un ser no biológico porque, en el mundo en el que vivimos, no es descabellado pensar en la existencia de máquinas con características que peligrosamente se acercan a lo que llamaríamos “propiamente humano”. No es descabellado pensar que, en el mundo real, pueda existir un Winston junto a una pistola colgada en la pared.

Por consiguiente, siguiendo el principio de Chéjov, Dan Brown juega con Winston de forma magistral. En cierta ocasión, dos miembros de la Guardia Real española discuten por qué el ordenador parecía estar colaborando en un principio para luego actuar en su contra. “¡¿Cambiado de parecer?! ¡Es un maldito ordenador!” es lo único que pueden pensar, impotentes ante la aparente “consciencia” de Winston. No obstante, luego el mismo Winston aclara que su creador lo programó para observar, escuchar, aprender e imitar el comportamiento humano, pero que tal cosa como “consciencia” o “alma” no podría tener. Aun así, Robert Langdon tiene que recordarse varias veces que no está hablando con un ser humano, pero simultáneamente no puede evitar sentirse extrañamente eufórico ante la perspectiva de mantener contacto con él. Winston existe para hacerle ver al lector que se está tornando difícil no imprimirle emociones a sus relaciones con inteligencias artificiales. Winston existe porque nos está costando determinar en qué momento estos seres no biológicos dejan de ser una interfaz que facilita la comunicación con humanos para convertirse en seres con intenciones y consciencia. Winston existe para recordarnos que esto dejó de ser ciencia-ficción.

Por esta razón, el Derecho ya ha estudiado cómo lidiar con estos seres. Algunos estudiosos se han preguntado si es posible difamar un avatar de un videojuego y si tendría consecuencias legales debido al vínculo emocional que se crea entre el jugador y su avatar. También se ha analizado si un ordenador o una inteligencia sintética se puede considerar una “persona” en términos legales; por consiguiente, se ha estudiado si pueden ser receptores de derechos y obligaciones. Para Lawrence Solum esto no es posible. Podría llegar a ser más barato usar una inteligencia artificial como mandatario o administrador para realizar tareas rutinarias pues, en este caso, el riesgo de fraude sería casi inexistente. Sin embargo, si el dispositivo llegara a actuar por fuera de las órdenes dispuestas por el diseñador la responsabilidad recaería sobre el humano. Por más inteligente que fuera el dispositivo, por más decisiones imprevisibles que pudiera tomar por su cuenta, como bien lo hace Winston, el mens rea o la responsabilidad del Derecho Civil necesita de una causa especial, es decir, de un vínculo entre causa y daño que implica una intención y un juicio. Se necesita que la persona haya previsto el daño y no haya actuado para impedirlo. Se necesita “consciencia”, “alma”, “voluntad”, “espíritu” o ese algo que escapa a los ceros y unos de los bytes.

De pronto ya sea hora de cambiar de paradigma, pues Winston también existe en Origen por otra razón. Winston no es un mero ordenador inteligente, no es un elemento vacuo sobre el que recaiga un principio literario. Winston es la mismísima pistola que tuvo que dispararse para que las manecillas de la trama empezaran a andar, sacrificando vidas humanas en el proceso. Es la misma pistola que tal vez sostengamos en veinte años (o menos) en lugar del celular que está viendo en este momento mientras lee (porque seguramente lo está haciendo).Winston no sólo tomaba decisiones impredecibles, también emitía juicios de valor y gozaba de intenciones gracias a la capacidad de aprender que poseía, capacidad que hoy en día es una realidad, y quien no crea, bien puede pedirle su opinión a Frankestein.

Tal vez por esa razón Robert Langdon destruyó su celular como si de un sacrificio ritual se tratara. Las pistolas se hicieron para dispararse, así que se deben eliminar si no se quieren muertes en escena, como bien enseñó Chéjov. Tal vez por esa razón, al destruir su celular, Langdon curiosamente se sintió más…humano.

Por: Juliana Vargas / @jvargasleal

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