Me acuerdo que una vez le hice una pregunta a Jorge Luis Pinto como de tres párrafos, tal vez tratando inconscientemente de convencerlo a él de que sabía mucho de su trayectoria –como si Pinto no supiera de su propio camino en la vida–. El técnico me respondió: “No le entendí nada”.
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Nadie ha estado exento de realizar alguna pregunta no tan feliz si es que se ha dedicado al periodismo. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Ahora le pasó a Nicolás Lozano, colega de CM&, que estuvo en medio de la rueda de prensa en la que se hizo la presentación oficial de Yerry Mina como nuevo integrante de la plantilla del Barcelona.
Que esas cosas ocurran sirven para afinar de alguna forma la manera de hacer periodismo. Digo, más que la manera, el espíritu, porque la manera también es el sello personal que cada quién le quiera dar a su carrera. El espíritu, en cambio, son esas reglas no escritas que uno va aprendiendo con el tiempo y que aunque no evitan que uno se siga equivocando, sí ayudan a acortar el margen de error.
El interrogante de la polémica fue el siguiente: “La leyenda y el adagio popular dice que uno nunca debe apostar por quien no apuesta por uno. Esta decisión que usted ha tomado es un arma de doble filo, porque usted viene de ser titular en el Palmeiras brasileño, elegido mejor defensa del Brasileirão en 2016 a ganarse un puesto acá en el FC Barcelona, seis meses antes de ir al mundial. ¿Cree que fue una buena apuesta, que lo va a lograr?”.
Se puede entender el fondo de la cuestión que es esa incertidumbre de luchar por un lugar en un club nuevo con el riesgo de no tener minutos a poco tiempo de ir a una copa del mundo. Pero hubo pecado de exceso. Y el exceso deja espacio para interpretar las intenciones de quien hizo el cuestionamiento.
Por eso a veces es mejor ir a la nuez, sin rodeos y preguntar puntualmente, corto y conciso, como si solo hubiera una bala en el tambor del revólver. Porque eso es un turno en una rueda de prensa. Un penal que hay que meter porque no hay más chances.
Lo fácil en este caso sería caerle a Lozano, obvio, y esa no es mi idea porque también he sido esclavo de mis propios exabruptos. Pero este caso puntual puede ayudarnos a comprender que la brevedad y la concisión son claves en tiempos de afanes y de poca posibilidad de diálogos largos con los protagonistas.
Nos vale, además, para recordar que somos poco autocríticos también en nuestro propio oficio, como si nos doliera no ser infalibles.