Recuerdo cuando estaba en el colegio y los chicos del último año parecían viejos. Y a mis 39 años no me siento vieja -a pesar de tener el cuerpo medio roto- quizá porque no me tomo en serio ni a mí misma y porque para mí la vida es como jugar Monopolio: a veces se gana y se acumula, a veces se pierde. A veces hay cárcel, a veces regalos. Hay oportunidades y más jugadores. Normal. Y a pesar de que me siento una piba, creo que estoy sintiendo lo que llaman “La crisis de los 40”.
PUBLICIDAD
A mí no me criaron para conseguir marido y ponerme a parir mientras tiendo las camas, trapeo el piso y amamanto. Y de muchas maneras ni siquiera soy la persona que mis viejos criaron. Creo que me dieron bases y me soltaron para que anduviera, a ver qué hacía con lo que me brindaron. Nunca tuve afán y no lo tengo ahora, pero hay algo que me taladra la cabeza y es que comienzo a preguntarme qué he hecho con mi vida. Como si en algún otro momento de la misma eso me hubiera importado, como si no entendiera que cada uno tiene sus propios tiempos y que las reglas que en teoría existen no son más que inventos del ser humano para organizarse la existencia. Pues yo veré cómo me organizo, paridos.
Con la publicación de Polaroids –mi primera novela- me gradué de autora. Yo soy escritora. Y desde entonces siempre he pensado en que no importa si me toca ganarme la vida fritando papas en McDonalds, siempre seré una escritora. Actualmente escribo esta columna y de vez en cuando publico algún texto en otras revistas. Llevo casi diez años pensando en mi segunda novela, ya la tengo casi armada en la cabeza y solo me falta sentarme a escribir. ¿Y por qué es importante que lo haga? Porque solo escribiendo soy escritora, porque escribiendo me siento más útil y más inspirada. Si no escribiera, mi vida sería muy aburrida y creo que no tendría sentido vivirla. Escribir me hace sentir productiva y valiosa. Mis letras son mi tótem.
Parte de la supuesta crisis es también el hecho de que soy soltera. No recuerdo haber soñado con casarme y ser mamá. Y no haberlo hecho no me angustia. Ya decidí que no voy a ser mamá, y dejé de soñar con una historia de amor. Antes era un pajazo mental, pero en este preciso momento de mi vida me siento tan cómoda en mi propia piel que quedarme sola no es un mal plan, si conmigo estoy regia y no necesito más que trabajar. Antes, cada vez que tenía la oportunidad de pedir un deseo, pedía una historia de amor. Hoy mi deseo es escribir mi segunda novela, y es algo que nadie me va a dar, lo haré sola, entonces el deseo es obsoleto. Ya no debería pedir deseos…
Antes me llenaba de ansiedad la soltería, y más aún el no tener con quién follar. Llegaba el fin de semana y me dedicaba a buscar un pene, alguien para tener un orgasmo que no se quedara a dormir. Hoy ya casi no salgo, y cuando lo hago no coqueteo. Antes tenía Tinder, pero hace meses no lo uso. No quiero seguir buscando. Poco tiempo antes de morirse Mazuera –mi hermano del alma- me dijo que dejara de buscar, que me dedicara a mí misma un año entero, y creo que es lo que estoy haciendo. Estoy concentrada en mí, y con ello llega la presunta crisis que luego de ser bien analizada ya no se ve tan traumática.
Si es cierto que Mazuera pasó a mejor vida y está sentado en una nube observando a quienes lo amamos, estará contento conmigo porque le hice caso. Y ahora espero. Como siempre lo he hecho, pero ya no desespero.
Por: Virginia Mayer