El protagonista de esta historia es un héroe colombiano llamado Domingo Valencia, famoso hace cien años en el continente. Unos dicen que era de Pácora, Caldas. Otros, de La Ceja, Antioquia. Aunque hoy olvidado, Valencia se ganó su reputación de intrépido entre finales del siglo XIX y comienzos del XX por irse de comarca en comarca presentando un espectáculo de acrobacias aéreas que él mismo ejecutaba.
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Su rutina consistía en situarse en un lugar público e inflar un globo aerostático, para luego salir volando colgado de un trapecio atado a este, mientras envuelto en su traje de malabarista iba contorsionándose en maromas arriesgadas que una muchedumbre de espectadores aplaudía embelesada. Dado que el momento, el destino y la velocidad de caída de dicho globo eran impredecibles, Domingo terminaba sus faenas en un río, sobre un árbol, desmayado en el suelo, incrustado en el tejado de una casa o dentro del océano, luchando por no ahogarse. De ahí que lo apodaran el ‘héroe de los aires’.
En Quibdó, logró elevarse 2500 metros. En Anolaima cayó sobre un higuerón y se precipitó hasta el piso. Despertó después, con un trío de médicos cosiéndolo, una clavícula zafada y tres costillas quebradas. En Quito intentaron lincharlo al enterarse de que por un viento fuerte no podría volar. En Guayaquil alguien aprovechó su inconsciencia posterior al descenso para feriar retazos del globo entre sus admiradores. En Santiago, un jovencito se quedó prendido, pendiendo de la cuerda del vehículo, que ya levitaba. En Valparaíso aterrizó en el Pacífico, a dos kilómetros de la orilla, y nadó diecisiete minutos hasta encontrarse con un buque. Eso sin contar sus hazañas en Venezuela, Uruguay y Perú.
Domingo se financiaba recogiendo monedas entre los entusiastas que minutos atrás lo habían aplaudido. También, luciendo publicidades de negocios que le pagaban por agitar banderines con sus nombres desde el cielo. Pero en innumerables oportunidades sus shows eran de carácter filantrópico, pues los recaudos se destinaban a causas humanitarias.
La vida de Domingo es misteriosa. Unos afirman que era hijo de Juan Cancio Valencia y Susana Londoño, y otros que lo era de la misma señora Londoño, pero con un mexicano llamado Antonio Guerrero que compartió su oficio y que anduvo volando por Antioquia durante los tiempos de su nacimiento. Tampoco sabemos cómo ni dónde murió. Lo último que se supo fue que en 1919 se enlistó como cadete en la escuela de aviación de Flandes, Tolima. Algunos creen que pereció accidentado en Chile, intentando pilotear un avión sin experiencia. Lo cierto es que no ha sido hallada ninguna prueba sobre su deceso.
Hoy, a poco menos de un siglo de su última aparición documentada, gracias a una beca del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, acaba de ser estrenado el sitio web www.domingoelaeronauta.com. La propuesta es buscar los rastros de este personaje para determinar su verdadero final, y a la vez convocar a artistas de diversas disciplinas para rendir tributo a su legado en contenidos que luego serán ensamblados dentro de un gran documental transmedia, entre la ficción y lo real. En un país tan sediento de íconos, de memoria y de acercamientos novedosos a las bibliotecas y sus tesoros, no sobra invitarlos a revisar este proyecto y a sumarse a la aventura investigativa y creativa que propone. Hasta el otro martes.