Alguna vez leí sobre las personas que pierden la capacidad de sorprenderse y emocionarse. Recuerdo haber pensado en que me parecía muy triste. Es doloroso vivir sin emocionarse por nada, sin sorprenderse. Y pensé en que yo no era una de esas personas, pero no lo consideré bien. No tuve en cuenta aquellas cosas o momentos que me emocionan, y luego me llené de tristeza al ser consciente de que nada me emocionaba.
PUBLICIDAD
Los escritores sueñan con ser autores, con que los publiquen. Yo publiqué una novela llamada Polaroids con la editorial independiente Rey Naranjo, en un evento que fue presentado por el alucinante actor Andrés Parra durante la Feria del Libro de 2013. Fue una noche muy divertida, pues con él todo es entretenido. Además fue muy especial porque el auditorio estaba lleno de una cantidad de personas a las que amo –o amaba. Sin embargo, esa noche llegué a mi casa sola, sin haber festejado. Me limpié la cara, me puse la pijama, me tomé una avena, me fumé un porro y me fui a dormir como si hubiera sido otro día, cualquier otro día normal en que nada relevante sucede.
Los autores sueñan con que les compren los derechos de su novela para hacer una producción audiovisual, y yo –efectivamente- le vendí los derechos de Polaroids a una productora llamada Neuplot, que trabaja en Colombia y Estados Unidos. La noche en que firmé el contrato volví a mi casa y me senté en el borde de la cama a llorar porque tampoco estaba emocionada. Era –quizá- el momento más importante de mi carrera, y no me sentí especial.
No emocionarse, ni sorprenderse, se parece mucho a estar muerto. Es como si el alma no tuviera vida. Llevaba años sin sorprenderme. Por más de que trate, no logro recordar algún momento en que me haya emocionado. Me he convertido en un ser pragmático e importaculista, y duele, porque siento que no disfruto, o que no reacciono. Ayer anunciaron que se presentará en Bogotá una de mis bandas favoritas, Radiohead, y de inmediato en Facebook la gente comenzó a mostrarse emocionada. Los fans enamorados subían canciones y letras, planeaban qué boleta comprarán y con quién irán al concierto. Y aunque me gustaría mucho ver a Radiohead, como no tolero a las masas de gente y no me mata la música en vivo, decidí que no lo haré. Y volví a ser consciente de mi absoluta falta de emoción. Pues, cuando una de tus bandas favoritas viene a tu ciudad, ¿no es normal que te emociones?
Pero a mí no me emociona lo que conmueve a la gran mayoría. Al afirmar esto obviamente me siento única, pero no es un terreno amable en el que me encuentro, pues es muy solitario. Por eso volví a concentrarme en el tema y recordé la última vez que me emocioné. Después de haber leído sobre París en muchas novelas, hace unos años visité la capital francesa y apenas me encontré sentada sobre un bolardo en una de esas calles viejas de piedra con cuadras y cuadras de espectaculares casas con vista a la Torre Eiffel, me puse a llorar. Estaba emocionada, y pasarían casi diez años para volver a sentirme igual.
Hace mes y medio me fui de vacaciones a Estados Unidos, invitada por una exnovia. Llegué a Boulder, Colorado –que ya conocía- y a la semana alquilamos un carro, reservamos hoteles y Airbnb y cogimos la carretera durante casi 10 días. Estuvimos en el Gran Cañón, en el desierto Mojave, en Las Vegas, Los Ángeles, San Diego y Albuquerque. Apenas vimos las montañas de Colorado con nieve en los picos comencé a llorar. Y seguí llorando con las montañas y las piedras rojas con huecos de Utah, con las tierras y tierras y tierras de Arizona llenas de cactus, con los desiertos de California, lloré cuando me metí al mar en San Diego –al Océano Pacífico, y volví a llorar con la enorme luna llena de Nuevo México.
Después lloré cuando conocí al hijo de una gran amiga, lloré y lloré con tantas lágrimas que ni siquiera lo podía ver bien. La emoción que sentí cuando vi a esta personita no la había sentido jamás. Mi amiga era de esas locas dementes (¿cómo yo?) que no soñaba con ser mamá y más bien parecía que siempre iba a estar de fiesta. Lloré viendo la familia que ha construido. Volví a emocionarme. Y así comienzo a despertarme y a sentirme viva otra vez. Y vuelvo a llorar terminando esta columna, porque no estoy muerta por dentro.
Por: Virginia Mayer