Opinión

De uno a diez

De uno a diez, siendo diez evidentemente lo máximo y uno lo mínimo, ¿qué tan grande es tu ego?

Es fácil encontrar personas en nuestro entorno que parecen tener más ego que neuronas (y ojo, son millones las que cada ser humano tiene a su disposición); muchas de ellas sienten que se infla su ego cual globo con aire caliente cuando tienen un poquito de poder, tristemente suelen ser ciegas ante la realidad básicamente porque se creen dueñas de la verdad absoluta, y esto no es más que el resultado de un abultado ego, no de falta de capacidades, sino del mediocre uso de las que se tiene.

De uno a diez, manteniendo el mismo criterio en la escala, ¿qué tan fuerte es tu orgullo?

Hay quienes prefieren aprender de una situación que se ven obligados a vivir, aun cuando eso implique “agachar la cabeza” y comerse su orgullo; y quienes prefieren “tener la razón” en toda cosa, sin importar lo que piensen o sientan aquellos que les rodean. Es importante tener criterio y ser lo suficientemente firmes para mantener nuestro punto de vista, pero también debemos ser lo suficientemente flexibles como para entender que hay circunstancias en las cuales debemos abrir nuestra mente a otras posibilidades.

De uno a diez, ¿qué tantos prejuicios tienes?

Esta pregunta tiene trampa, requiere que pienses muy bien tu respuesta. Solo por poner un ejemplo, cuando lees algo en un diario, en las redes sociales, o ves una noticia en internet, ¿opinas sobre lo que estás viendo o de inmediato contestas basado en tus prejuicios? Estamos tan bombardeados de información que habitualmente estamos en estado de alerta constante, tal es el nivel de prevención de muchas personas que no analizan o piensan, sino que solo organizan sus prejuicios para dar una respuesta, que al final lejos de una opinión que ayude a aclarar alguna cosa, habitualmente tiende a atacar aquellos puntos de vista que están al otro lado de sus prejuicios.

Ya para terminar, de uno a diez, siendo diez muy difícil y uno muy fácil, ¿qué tanto te cuesta perdonar?

Vivir sin darnos la posibilidad de perdonar (a otros y claramente a nosotros mismos) es una de las maneras más seguras de sumergirnos en la amargura y de ahogar por completo cualquier posibilidad de ser felices. Cuando perdonamos damos la posibilidad de que aquello que vivimos se transforme en una lección y deje de ser dolor o frustración; cuando perdonamos liberamos parte de la carga que tenemos y damos más espacio para lo bueno; cuando perdonamos, nos hacemos más fuertes, pero sobre todo mejores.

Menos ego y orgullo se traducirán en mejores experiencias, pero sobre todo en mejores momentos, menos prejuicios abrirán tu mente dando espacio a nuevas maneras de ver y entender la vida, no quiere decir que debas estar de acuerdo, eso es una elección que luego tomarás, pero sí que tendrás mayores y mejores elementos de juicio para lograrlo. Menos trabas internas para perdonar te ayudarán a avanzar no solo más rápido, sino de una mejor manera por el camino que debas transitar por la vida, pero mejor aún, te ayudará a conocerte y amarte a ti mismo de una manera que no imaginabas.

¿Cual es tu número promedio? Sería genial poder, de uno a diez, responder a todo con un uno y ayudar a quienes nos rodean (con nuestro ejemplo) a serlo también, para al final darnos cuenta de que (más allá del número) siempre todos hemos sido uno.

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