Opinión

Sin comentarios…

Eduardo Arias escribe esta semana sobre el Deprimido de la 94, una obra que casi no se entrega y que, desde que fue entregada, ya ha tenido que ser sometida a varias reparaciones.

Voy a contarles un bonito cuento de hadas.

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Había una vez una intersección vial a la que llamaron el Deprimido de la 94. Estaba tan bien bautizado que durante más de diez años nos deprimió a los bogotanos, quienes veíamos cómo lo único que avanzaba de aquella obra de manera visible eran los sobrecostos y las complicaciones técnicas. Y también veíamos cómo se evaporaban los astronómicos impuestos de valorización que habíamos pagado para financiar lo que entonces parecía un esperpento sin solución posible.

Pasaron uno, dos, tres alcaldes… y nada. Hasta que por fin el actual burgomaestre logró inaugurarlo el 22 de marzo.

Entonces el deprimido de la Calle 94 se convirtió en el caballito de batalla de petristas y peñalosistas. Si en Stalingrado la sangrienta batalla entre soviéticos y alemanes se había librado calle por calle y casa a casa, la batalla por la paternidad del deprimido de la 94 la libraron unos y otros para apoderarse de cada uno de los 0,1 por ciento que, sumados, dan el 100 por ciento de la paternidad de obra. Los seguidores del alcalde que no alcanzó a terminar la obra, y el propio ya ex alcalde, señalaron enfáticamente que el 75,4 por ciento de la obra había sido mérito de su caudillo y que el actual burgomaestre había llegado en paracaídas y, además, no les daba ningún crédito.

Por su parte, los seguidores del actual alcalde ripostaban que esa obra llevaba 10 años estancada, y que era una prueba más del fracaso y la corrupción de los gobiernos izquierda. Y cuando la inauguraron, obvio, sacaron pecho como un gran logro de la actual administración.

Entonces los del 75, 4 por ciento comenzaron a verle el pierde a todo. Que el deprimido lo habían inaugurado a las carreras y sin haberlo terminado del todo. “Que está mal señalizado. Que falta un puente peatonal por aquí. Que hay una zanja sin tapar por allá”.

Y llegó el tan recordado domingo 14 de mayo, día de la madre. Aquel domingo de lluvias torrenciales en que el deprimido se inundó. Los seguidores de ambas sectas como por arte de magia le dieron la espalda al deprimido. El deprimido se quedó sin padre y, de paso, sin madre. Nada de lo que allí había ocurrido era responsabilidad de los respectivos caudillos en contienda. Era la culpa del antagonista.

El deprimido, que mal que bien medio funciona (para qué nos decimos mentiras) se convirtió en el rey de burlas de los bogotanos. Y lo sigue siendo. Al deprimido que ahora carece de padre y de madre responsables tuvieron que romperle varias losas que, según manifiesta el Instituto de Desarrollo Urbano, se desacomodaron. Que eso estaba previsto desde marzo “debido a la aparición de ondulaciones en el pavimento. Toda obra de excavación hace que el terreno que soporta la estructura se ‘reacomode’ y que eso causó que algunas de las placas de concreto de esa vía se desnivelaran”.

Y dolorín dolorán, que este cuento es de nunca acabar.

Sin comentarios. Digo. Para no deprimirnos más.

Por: Eduardo Arias / @ariasvilla

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