Vivimos en una cuerda floja, tratando de encontrar un balance en cada aspecto de nuestra vida, queremos balancear nuestra vida personal con la profesional, lo que pensamos con lo que hacemos y lo que sentimos con lo que decimos, lo que hemos sido con lo que queremos ser…
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La construcción de ese balance es necesaria, por no decir que vital, y para eso no hay una fórmula mágica, ya que cada quien define lo que para su vida es la justa medida de las circunstancias y cómo las afronta; sin olvidar, claro está, la manera en la que el presente determina nuestro destino.
Muchas personas quedan ancladas en su pasado, en lo que fueron o hicieron en él, errores o aciertos, creen que pueden vivir en ese recuerdo, y lo que hacen es negarse a un presente que desea ser descubierto, aprovechado y, sobre todo, disfrutado. Es importante valorar lo que se ha vivido en el pasado y reconocerlo para aprender de él, pero no para vivir en él.
Si nos negamos a la posibilidad de aprender de lo que vivimos en el presente, de nuestras reacciones y de quienes nos rodean, nos estamos negando a la vida misma. Nada tan peligroso como una persona que cree ser poseedor de la verdad absoluta, del criterio verdadero y de la luz del universo iluminando cada uno de sus pensamientos, ya que al final eso solo resulta ser una fachada para el vacío y la inseguridad que en su interior guarda y teme descubrir y afrontar.
En la construcción de ese balance, el pasado puede darnos lecciones (unas más agradables que otras, obviamente); el futuro, esperanza e ilusión, pero solo el presente nos permitirá sentir la verdadera emoción de estar vivos, y cuando podamos sentir eso, vamos a ser realmente dueños y arquitectos de nuestro destino.
Podemos entregarnos a la tristeza, a nuestro orgullo o a nuestro ego, hacer de las diferencias que existen con quienes nos rodean un muro que nos divida y llegue a convertirse en amargura y odio (para ellos o para con nosotros mismos), y con eso le estaremos entregando nuestro destino a lo que más tememos, a aquello que realmente no deseamos, pero que inconscientemente podemos estar construyendo.
Pero también todo se transforma, y podemos ser parte activa de esa transformación, entregándonos al hoy, al presente, al aquí y al ahora, para poder dar más de lo que recibimos, dar lo mejor de nosotros mismos y entender que no importa de dónde venimos, sino cómo aprovechamos este instante para que lo que venga sea cada vez mejor para nosotros y para quienes nos rodean, ya que estamos más conectados de lo que nos imaginamos. Podría ser tan simple como eso, basta con querer afrontar nuestra vida de una manera diferente, sentir más desde lo que somos en verdad y menos desde nuestro ego, y entender, como dice Jorge Drexler, que “(…) todos, en el fondo, somos de ningún lado del todo, y de todos lados, un poco”.