Temo por el destino de nuestra Séptima. Temo a que la codicia y la prisa ocasionen otro de sus consabidos e irreparables desastres. Temo a la improvisación y a esa mezcla de descorazonamiento, neoliberalismo e irracionalidad que caracteriza a la dirigencia local. Temo a la ingenuidad de algunos conciudadanos y a la indiferencia de los restantes. Temo a quienes creen que esta lucha es entre colores, izquierdas y derechas.
Temo a la testarudez de imponer un proyecto que a muy pocos complace y cuya existencia sepultará la posibilidad de contar con un transporte concordante con las exigencias de la contemporaneidad, amigable con el planeta y con nuestros sistemas respiratorios. Temo a los concejales inconscientes, feligreses entusiastas de este credo destructivo. Temo al desperdicio de billones de pesos en embelecos y a ver a Bogotá empeñada sin propósito. Temo a las obras y a aquel esperpento inhabitable en lo que se convertirá la calle donde vivo durante éstas.
Temo a las mentiras pronunciadas con la peligrosa investidura de la oficialidad. Al detrimento urbano disfrazado de renovación. A los depredadores vestidos de urbanistas. Temo ver cientos de años de historia y patrimonio reducidos a fuerza de maceta y cincel y a la tala de aquellos árboles que han acompañado mis días desde la infancia. Temo a la codicia y a las miras estrechas del cortoplacismo. Temo a la terquedad del hombre al mando con los autobuses y a su aversión enfermiza por los transportes ferroviarios, en contravía de los cánones contemporáneos del ambientalismo, la infraestructura y la movilidad.
Temo a las estaciones obstruyéndonos la vista. Temo a los bienes que demolerán. Al hacinamiento que tales implementaciones dejarán como saldo y a los representantes de nuestras clases delincuenciales aprovechándolo en beneficio del gremio. Temo que el nombre de TransMilenio haya sido una proclamación subliminal de que por los mil años siguientes a su fundación tendremos que soportar obligados el apiñamiento, la inhumanidad, la contaminación y el tercermundismo que campean en derredor. Temo a la desinformación. A unos dirigentes y a sus oficinas de prensa más concentradas en generar distracciones que en responder a los clamores del pueblo. Temo al futuro destape de un ‘cartel de las troncales’ o de cualquier otra monstruosidad similar. A que terminen por hacer intransitable una de aquellas pocas vías bogotanas aún atractivas para quienes gustamos de caminar. Temo al sinnúmero de fritanguerías, comederos de baja estofa y demás desgracias que sin duda habrán de erigirse alrededor.
Temo al Parque Nacional profanado por la presencia de una estación advenediza, símbolo en movimiento de la capacidad indiscutible de la humanidad para deteriorar su entorno. Temo al ruido que quizá haga invivible el predio que desde hace años, frente a la hoy amenazada avenida, ocupo. La Séptima es un santuario por donde, invisible, circula nuestro ADN ciudadano. Muy mal haríamos al destrozarlo. Por eso: porque temo y porque sé que ésta clama por una urgente intervención, pero que una troncal tiene más visos de problema que de solución, sin enarbolar bandera política alguna, este sábado a las 2:00 p.m. me sumaré a un puñado de individuos sensatos para marchar desde la calle 60 hasta el Museo del Chicó, con el único fin de demostrarles a las fuerzas oscuras de la depredación que es posible detener semejante atrocidad.
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