¡A punta de huevos!

James corrió después de haber corrido todo el partido. Buscó el rincón de la cancha del estadio Nacional de Lima, en donde más había periodistas y cámaras, todos se agruparon alrededor del 10. Él tomó un respiro, estaba agitado, pletórico de felicidad, pero necesitaba decir algo. Sin recibir preguntas, solo dando su testimonio, se soltó: “Esto lo logramos a punta de huevos, de entrega total. ¡Estamos en el mundial, hijueputa!”. Luego se retiró, siguió trotando por la cancha mientras los abrazos con sus compañeros eran continuos. Fue un momento bello. No hubo espacio para la tartamudez. Dicen por ahí que los gagos dejan de gaguear cuando están en pleno éxtasis de su discurso (ver la película El discurso del rey). El madrazo salió del alma y el término ‘huevos’, que denota meterle güevas-huevas-gónadas-testículos-cojones-berraquera, y conlleva a la conclusión sin discusión de haber entregado todo, hasta el último esfuerzo, fue el real desahogo del 10 de la selección Colombia, que anotó el gol con su pierna menos hábil, no fue un zurdazo, fue un efectivo derechazo. Y esa afirmación de James era la comunión que necesitábamos ver en ese equipo. Así fue como llegamos a nuestro sexto mundial, a punta de testosterona.

El partido contra Paraguay lo perdimos de la manera más colombiana. El juego contra Perú lo sacamos adelante gracias a la colombianidad misma. Dos caras distintas que tenemos en nuestros genes que nos han marcado siempre. La falta de previsión, de cautela al dormirnos en los laureles de la victoria y de quedarnos sin reacción ante los errores, luego ser implacables en la crítica, marcan el primer caso. Y el aprender rápido de los mismos, saber que los duelos por las derrotas deben durar lo que dura la salida del siguiente sol, el tomarnos esos huevos de los que habla James y decir: “Ya, esto me ha dado en el alma, vamos a darlo todo”. El afrontar el reto con el debido respeto por el reto mismo, el tomar la herida y potenciar su dolor para darlo todo, el sentirse ofendido consigo mismo y, con la rabia del caso, mutar hacia una entrega total en aras de callar bocas sin decirlo, solo mostrándolo, eso hicieron en esa segunda faceta tan nuestra. Ante la adversidad, sacar lo mejor de nosotros. En la comodidad de la victoria, fracasar.

Y ante Perú se vio esa otra cara que nos ha hecho salir adelante como pueblo ante tanta desgracia y de la que nos agarramos para superar nuestros líos del día a día y ser así un país que sigue en pie. Todos los jugadores dejaron la piel. No hubo momentos de elegancia, acá estuvieron todos con las rodilleras puestas fregando el piso, con la sangre en el ojo. No hubo ninguno que desentonara en su sacrificio. Jugaron con el cuchillo en los dientes, con el alma herida, con la ilusión de todos, que era la de ellos mismos y la de sus familias. La aplicación táctica funcionó gracias a que se corrió y se metió por ella. Un claro ejemplo era ver a James y a Cuadrado con el overol defensivo puesto cuando no teníamos la pelota. Allá, con velocidad y entrega, llegaban a respaldar a Fabra, a Arias y hacían ese 4 en defensa en zona de volantes que tanto necesitaron Sánchez y Aguilar contra Paraguay. Y ahí estuvo Falcao en la misma acción como otro alfil más, y estuvo Duván Zapata, un acierto total de Pékerman, demoliendo a los centrales incas, sacrificándose, dándolo todo. Y ni hablar de la guardia pretoriana de la zona de atrás, Sánchez y Murillo anulando al crack Paolo Guerrero, la aplicación de Fabra, Arias y Ospina, el eterno héroe. Nada que reprocharle a ninguno. Cumplieron la labor.

Y si ante Paraguay y en varios capítulos de la eliminatoria faltó liderazgo, ante Perú sobró. Abel Aguilar en el medio fue un tipo que se encargó de gritar, organizar, motivar y corregir. James fue un rosario de buena actitud, de pedir el balón, de abandonar las piedras en las que estuvo escondido ante los guaraníes y decir: “La pelota siempre al 10”. ¿Y Falcao? Válgame Dios, si fue esa fe eterna la que tiene en su religión la que lo tiene donde está. Lo envidio con buena onda, ya quisiera yo tener esos cojones para salir adelante ante la adversidad. Nadie tan colombiano como él para hacerlo. Nadie en este país merece más ir a Rusia que él. Y un capítulo aparte merece lo que hizo como capitán en común acuerdo con nuestro cuerpo técnico y con todo el equipo peruano para dejar fluir el partido durante los últimos tres minutos. Se sacaron chispas durante los 90 minutos, lo dieron todo, la labor estaba cumplida: nosotros en Rusia, ellos vivos para lograr el tiquete. ¡Fue pletórico! Y así, no faltaron otros exponentes de la mala colombianidad que hoy están juzgando mal ese gesto. ¡Papistas más papistas que el mismo papa! ¡Moralistas más dueños de la moral que la moral misma! ¡Mamones inconformes con todo!

Pero no me quedaré ahí. No es momento de pasar facturas, ni los mismos jugadores y el DT, que fueron blanco de críticas y dudas, pasaron facturas, solo agradecieron y fueron felices. Un ejemplo a seguir.

¿Que hay mucho por mejorar con este equipo? Sí. Pero ya habrá momento para esos análisis. Quedan nueves meses para Rusia, hoy es momento de ser felices y vivir este momento histórico. Como hinchada también hay que mejorar. De nuevo el fútbol nos dio una lección para ser más pacientes, más creyentes, menos destructivos.

Mi agradecimiento lleno de humildad para todos, dirigentes, cuerpo técnico y jugadores, lo hicieron como nos gusta y como lo que somos: ¡A punta de huevo ante los grandes retos! ¡Vamos, Colombia, vamos carajo!

Por Andrés ‘Pote’ Ríos / Twitter: @poterios

Tags

Lo Último


Te recomendamos