Si existiera un ‘egómetro’, un aparato que midiera la capacidad del ser humano para medir su autoestima, orgullo o soberbia, en los últimos quince días la medición se hubiera salido de todos los parámetros. Pero no es algo de ahora. El ego, su manejo o falta de él, ha generado, creo yo, los problemas más grandes de la humanidad. Pero, al darse la inversa con el mismo tema, el del ego en cuestión, la capacidad humana hace que también se presenten cosas, escasas en muchas ocasiones, que se tornan muy positivas. Estas tres historias pueden demostrarlo.
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París Saint-Germain: Neymar vs. Cavani
“Cobro yo porque valgo 220 millones de euros, soy el jugador más caro de la historia. Llegué acá porque estaba jarto de ser uno más en el otro lado y acá soy el nuevo patrón”, dijo uno de ellos con acento portugués. “Ni te lo creas. Acá debes respetar a los antiguos. Yo he sido figura por muchos años en este club. He estado en las buenas y en las malas. Debes respetar. Cobro yo”, dijo el otro con acento charrúa.
Ese pudo ser el diálogo entre Neymar y Cavani a la hora de decidir quién diablos iba a cobrar un penal. Lo que puede ser una ventaja en el fútbol –el cobro de la pena máxima– se ha convertido en una erupción que se cocinó a punta de dinero en el camerino del club parisino que pertenece a unos ultra megaestratosféricos millonarios de Qatar.
Las leyes del fútbol son claras. La historia lo ha dictado así. Un equipo no se estructura a punta de plata. El dinero ayuda, sí. Usted puede traer a los mejores, pero el meollo del asunto está en lograr que esos mejores que valen trillones logren jugar juntos, tengan hermandad y sean lo que sustenta al fútbol: lo colectivo.
Y ahí salió Nasser Al-Khelaifi, el presidente del PSG, con una solución digna del ego de los implicados en esta lucha ególatra. Le ofreció un millón de euros a Cavani para ceder el derecho a cobrar desde los 12 pasos. Su intento no prosperó, ganó el ego del uruguayo ante esa ramplona intención de comprar su ego.
Entre tanto, Neymar no ha vuelto a jugar mucho. Un día tiene dolor en un músculo, al otro en un hueso, pero en el fondo lo que le duele es su ego herido. Y están los pobres Unai Emery, director técnico del PSG, y los capitanes Thiago Silva y Thiago Motta, que mueven estrategias para acercar a las partes, se inventan encuentros sociales, sonrisas fingidas y nada de nada, Neymar y Cavani siguen su pulso de egos. En esta lucha de millonarios, famosos y jóvenes, pierden ambos.
Avianca vs. Acdac
Acá el ego sufre una mutación. Una parte se considera oprimida y lucha por sus derechos. La otra afirma que cumple y acusa al del frente de algo que definen como “conchudez”. Pero más allá del qué, que viene siendo la lucha por mejores condiciones laborales (las que sean, no es el tema de esta columna), acá la egolatría se centra en el cómo.
Nadie cede. El acusar que el otro es soberbio y no quiere ceder es el pan de cada día de estos insufribles días por este paro. Germán Efromovich, máximo accionista de la aerolínea, dice que habrá consecuencias. Los de Asociación Colombiana de Aviadores Civiles (Acdac) siguen en pie de protesta. Avianca se paró de la mesa y afirma que los pilotos no aceptaron las mejoras y los acuerdos. Ellos ripostan y dicen que había ya un acuerdo avanzado y que cambiaron las condiciones.
Ego vs. ego. Disfrácelo de lucha sindical o de lo quiera, es un pulso entre ambas partes en el que perdemos los ciudadanos.
México
El terremoto movió los cimientos del ego y salió lo mejor de sí. Ricos, pobres, sanos, enfermos, minusválidos, lo que fuera, fue unión total en pro de ayudar al prójimo.
La tragedia, la dura tragedia, hace que el ego se convierta en resiliencia. Es un triste antídoto para darnos cuenta de que la humildad lleva a la solidaridad y termina en la ayuda incondicional. México lo ha demostrado con creces. Yo prefiero ese ego, el del amor por el otro, el de la eterna humildad con un carácter que no se dobla. ¿El resto? Pataletas de ególatras que deben morder el polvo para volver a sentirse más humanos.