Opinión

29 años

No siempre el fútbol importa. De hecho, casi nunca. Los hechos del mundo trascienden y dejan muchos partidos de fútbol, incluso épicos, metidos debajo de la sábana, porque los hechos superan todo.

Hay partidos de fútbol que en sí mismos, por su importancia, terminaron convirtiéndose en un hecho. El ‘Maracanazo’, por ejemplo, y pocos más.
La lista de grandes episodios de nuestra realidad nacional es infinita, pero algunos siguen imborrables en la mente y sus consecuencias todavía dan saltos cercanos.

Y en medio de esos hechos hubo fútbol que, por supuesto, terminó siendo minimizado con razones más que obvias: la polémica del gol de Funes en Cali luego de bajar un balón con la mano terminó siendo una charla que se agotó, porque un volcán entró en erupción y se llevó 25 mil almas que vivían en Armero.

Ni hablar ocho días atrás, cuando en medio de los tiroteos del M-19, por tomarse las instalaciones del Palacio de Justicia, se encendieron las tenues luces del estadio El Campín para que dos equipos que no tenían ganas de salir al campo, jugaran.

Lo curioso es que este encuentro (‘Millos’ Vs. Unión), carente de cualquier gancho, dadas las terribles condiciones del día, terminó siendo una pieza fundamental para la explicación de una parte del caos y la confusión que reinó durante las 27 horas que duró la toma, porque el juego fue televisado para –de acuerdo con el Ministerio de Comunicaciones– que supuestamente la guerrilla no siguiera la transmisión de los hechos de la sangrienta toma y así no estuviera enterada de la estrategia militar. Obvio, desde todos los sectores de los medios se habló de censura.

El día que Pablo Escobar se fugó de La Catedral, Millonarios y Tolima jugaron en Bogotá y el azul ganó 4-2, y así se empieza uno a dar cuenta que el fútbol sigue viviendo, aunque a su alrededor haya zozobra. Y cada hincha tendrá en su propia mente miles de juegos anodinos y que terminaron siendo aún más nebulosos por cuenta de que las circunstancias del día en el que se disputaron superaron a la pelota.

Uno de ellos ocurrió hace 29 años. Millonarios y Quindío saltaron en el antiguo horario futbolero del domingo a las 3:30 p.m. para chocar en pos de la clasificación entre los ocho mejores: la cancha era un desastre, barrenderos a lado y lado trabajaban en pos de dejar limpio un lugar que hasta hacía pocas horas había sido evacuado en su totalidad.

El ruido de las botellas vacías de aguardiente cayendo sobre las bolsas de basura, las monedas en el césped, el pico de un frasco roto que retiró el arquero argentino del Quindío, Carlos Prono, y que amenazaba con herirlo, así como el gol de Juan Carlos Díaz, terminaron en anécdota. Millonarios ganó 1-0, pero es difícil que alguien de mi generación recuerde ese duelo.

Lógico: a las 7 a.m. había concluido el Concierto de conciertos, organizado por la Alcaldía de Bogotá y que fue, en su momento, el primer gran concierto que se dio en un estadio de fútbol: Desde Timbiriche hasta Los Prisioneros, pasando por Soda Stereo, Compañía Ilimitada, Pasaporte, José Feliciano, Los Toreros Muertos y Miguel Mateos.

Era el nacimiento de una cultura rockera, era un hecho que, en efecto, partía en dos a la juventud que hasta hoy tiene presente todo lo que significó semejante evento.

Tan fuerte resultó el Concierto de conciertos que el rock se destapó del todo y luego se vio trasplantada esa semilla inicial en espectáculos tipo Rock al Parque, que siguen cobrando vigencia hasta hoy, y hecho que generaría miles de discusiones bizantinas en los programas deportivos de mediodía sobre si se deben usar o no los estadios para conciertos de fútbol.

Ya han pasado 29 años del famoso Concierto de Conciertos. Y por los laditos, también de aquel Millonarios-Quindío.

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