Hace tiempos que Nacional no jugaba tan mal. El mismo Juan Manuel Lillo, en la rueda de prensa final del juego ante Millonarios, dijo que si el juego ante Patriotas era el peor de su etapa dirigiendo al club, ante Millonarios había batido récord mundial de mal juego. Simple y cierto.
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Millonarios fue incapaz de ganarle al peor Nacional de muchos años –al menos en ese juego tan sombrío que tuvieron los verdes el sábado– y eso también es simple y cierto. Y es lapidario y triste además porque parecía ser la oportunidad de acallar las críticas sobre esa falta de jerarquía que sufre el azul. Y esa debe ser la peor peste que pueda vivir una institución que ganó su carácter de ser un equipo grande no solamente por los títulos sino por ese plus de no desfallecer y por mostrar una coraza de hierro justo en el instante en que el incendio está cerca de llegar a la puerta de la casa. Hace mucho que en Millonarios, cuando se ven las llamas cerca, no hay un solo extintor cargado.
Es cuestión de repasar las últimas eliminaciones ante Nacional a la hora de plantarse en los playoffs. Con Cocca se cayó la estantería al final y después de aguantar un 1-0 en contra, el asunto terminó siendo 3-0 con goleada incluida. Me acordé de Rubén Israel y ese instinto de supervivencia ante cualquier equipo peligroso o no, que lo obligaba a poner a 15 jugadores debajo de la portería. Y haciendo eso y sin jugar mal en Medellín hace un par de campañas también cayó 1-0 en la agonía. El semestre pasado, con Russo de timonel, sufriendo un arbitraje macabro, también en el último minuto se escapó la ilusión. Pero lo del sábado… ¡Lo del sábado! A Millonarios le está pasando hace rato lo de la PlayStation: el minuto 90 le está decidiendo resultados en contra siempre.
¡Iba 1-2 arriba! Y jugando muy bien, anulando por completo a Nacional, que a punta de individualidades trataba de recomponer un camino malo. El 1-3 estuvo ahí a la mano un par de veces. Pero cuando uno ve que la pelota que dispara David Macalister Silva pega en la base del palo y se va recorriendo la línea sin entrar, las imágenes de que el sufrimiento está por llegar aparecen así uno no las quiera invocar. Como en la PlayStation.
Andrés Rentería hizo un disparo angulado que no pudo resolver Vikonis. No fue su culpa, pero es de esos disparos que consagran a los porteros brillantes. El tiro libre al minuto 93 antes de patearse ya tenía destino de red. Así se veía desde afuera. Algo iba a pasar y el partido iba a terminar 3-2. Cuando se dio el cobro me hice una promesa personal: de ser gol, rompería el control remoto de la TV. Aún hoy estoy buscando los números 2 y 8 que le hacen falta al mando y no me alcanza la fuerza en los dedos para cambiar el canal. Algo se le dañó por dentro, seguro.
Como a Millonarios. Hace años algo se le dañó por dentro.