La semana pasada Yuliana, una niña indígena y desplazada por la violencia, fue secuestrada, violada, torturada y asesinada por un hombre blanco de la élite bogotana. Los detalles del caso han ido construyendo una historia de terror cada vez más escabrosa. Incluso, hay quienes hablan del ‘monstruo de Chapinero’ como en su momento, hace un año, lo hicieron del ‘monstruo de Monserrate’. El crimen contra Yuliana será procesado como un feminicidio, gracias a la ley sancionada en reconocimiento al horrendo crimen contra Rosa Elvira Cely, cuyos detalles son bien conocidos.
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Dos días después del asesinato de Yuliana, 60 perros fueron envenenados en un parque de la localidad de Usme, también en Bogotá, de los cuales han muerto al menos 20. Aunque los medios no han hablado de ‘monstruos’ en este caso, el vil acto premeditado de comprar veneno y esparcirlo donde habitan perros, palomas y niños con el fin de matar ‘al que caiga’ no puede ser calificado sino como ‘monstruoso’ y aterrador. Estas muertes se suman a las de cientos de animales que han sido quemados, lanceados, violados y golpeados este año en nuestro país.
Aunque cada tragedia es distinta, no se puede desconocer o subvalorar que sus víctimas hayan sido niños, mujeres y animales. Tampoco, que sus victimarios hayan sido hombres, en prácticamente todos los casos, independientemente de su condición socioeconómica. Si bien hacer parte de una élite puede incidir en el manejo que la justicia le dé a un caso, el poder ejercido en estos delitos es el de quien ve al ‘otro’ como una ‘cosa’ disponible para usar y eliminar.
‘The Link’ (el vínculo) es una línea de investigación que viene demostrando las relaciones de ocurrencia y propensión entre la crueldad ejercida contra animales y la violencia ejercida principalmente contra mujeres, niños y adultos mayores. Según estudiosos del tema, quienes abusan de animales son más propensos a abusar de personas en condiciones de dependencia o indefensión.
Desde 2015, la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos incluyó la ‘crueldad animal’ en el National Incident-Based Reporting System, dada su asociación con otros crímenes violentos como la violencia de género, el maltrato infantil y las agresiones sexuales. Incluso, numerosos hogares para mujeres víctimas de violencia de género han habilitado lugares para acoger animales domésticos víctimas de la misma violencia intrafamiliar.
Sin embargo, mal haríamos en creer que la violencia es propia de ‘locos de atar’ con historias dramáticas de abuso infantil. Quienes diariamente asesinan 21 niñas y violan 11 en Colombia y quienes matan animales o participan en actividades de tortura y muerte por placer, son personas ‘normales’ que, sin embargo, se comportan conforme a la creencia de que solo algunos cuentan y tienen derechos, incluido el de existir, mientras que otros están en el mundo para ser usados y eliminados como mercancías.
Esta creencia es el ‘monstruo’ que habita en muchos de los colombianos y que cada tanto se manifiesta, algunas veces con más dramatismo que otras. Por ello, antes que cadenas perpetuas y penas de muerte, lo que urge es un cambio mental, espiritual y moral profundo que se refleje en prácticas cotidianas de respeto, equidad y protección. Basta con eso. Por ahora, no hace falta amarnos.