Después de pensar una y otra vez si hablar o callar –de sentir que hice algo muy malo o incluso de pensar que debo resignarme a no ser “bienvenida” por mis modos en los espacios sociales donde las mujeres políticamente correctas hablan de la realidad de las mujeres–. Después de ofrecer disculpas por ser yo –cuando me tengo prohibido hacer semejante estupidez– y hacerlo simplemente por coacción, por la impresión de sentirme de alguna manera menos. Después de hablar con diferentes personas que vieron mi comportamiento en el evento TED Mujeres, esperando que me dijeran en la cara “Mar, sí, la cagaste” y escuchar que me dijeron todo lo contrario. Después de todo eso, y sin saber si después de esta nota perderé amistadas nacientes que pintaban como enriquecedoras para mi vida, debo hablar por dignidad: no solo por la mía, sino por la de las potenciales mujeres que puedan pasar por lo mismo.
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La historia
Hace años, gracias a Isabel Londoño, de Mujeres por Colombia, me enteré de la existencia de un gran líder humanista cuyo trabajo social y emprendedor decidí seguir a través de las redes sociales. Hablo del señor Mauricio Salazar, a quien admiré profundamente. Incluso alguna vez cruzamos palabras en el pasado, pero la vida no dejó que en su momento eso fluyera más.
Hace unos días una amiga muy amada me dijo que existía algo llamado TED, que si quería participar, y me habló de Mauricio. Le dije “voy a volver a contactarlo después de tanto tiempo de no hablarle”. Así lo hice. Lo contacté de nuevo y le conté de mí, de mi amiga que quería que yo participara, de mis dudas sobre si yo encajaría en TED por mi estilo frentero: porque no soy muy decorosa para expresarme. Él amablemente me dijo que mandara un video, que contara mis temas, me asesoró cuando yo le echaba broma y le insistía: “Quiero participar”. Quería hacer el ejercicio, deseaba probarme a mí misma que podía ser “políticamente correcta”. Un día incluso le dije: “Me siento como Papuchis por eso de ‘yo quiero participar’”.
La verdad toda persona que me conozca sabe bien que yo no soy de morirme por encajar o participar. Que sé claramente qué quiero decir y qué busco. Y que siempre voy a todos los espacios a dejar la semilla de mi discurso. Lo que sucede es que con este hombre sentía que había feeling porque teníamos algunas cosas en común. Eso pensé.
Hablamos quizá un mes. Todo era muy especial para mí aun cuando él usara un lenguaje que no era propiamente el de un nuevo hombre. No me importaba. Me sentía a gusto porque admiro su trabajo y nunca me hizo sentir mal, de hecho siempre me ofreció su espacio. Sin embargo, las cosas nunca se dieron para conocernos personalmente.
Todo esto, hasta que el jueves 8 de septiembre mi amiga Isabel Londoño me invitó a un evento de TED mujeres. Le dije que quizá era el modo en que el universo daba las cosas. Quise ir y así lo hice. Al comienzo de ese día había estado en el evento Mujeres por la Paz, de la Ruta Pacífica, con el presidente de la República, a quien mirándolo directo a los ojos le pedí que trabajara por mujeres putamente libres. Por eso me pareció más chévere terminar mi día con TED Mujeres.
El evento
Llegué. Había mujeres maravillosas hablando muy bien y una plenaria interesante. Con muchas cosas no estuve de acuerdo, con muchas otras sí que lo estuve. Fue maravilloso ver a mujeres que afirmaban no ser expertas en género hablando de género: eso es de aplaudir. Ana Fernanda Maiguashca, codirectora del Banco de la República, dijo cosas tan profundas que me sentí muy feliz de haber ido a un evento de mujeres que se lanzaban a hablar de perspectiva de género desde su realidad, lejos de la academia. Cristina Vélez, secretaria de la Mujer en Bogotá, dijo algo altamente poderoso: que el feminismo desde la academia es muy diferente a cuando uno está en el campo de acción y se da cuenta de que toca aprender, de que se trata de otra realidad mucho más amplia. Realmente me emocioné oyéndola hablar. Me sentí tan identificada.
La verdad las tres ponentes dijeron cosas que me hicieron sentir en medio de mujeres sensibles, de hecho, hubo dos afirmaciones que sellaron mi alma. La primera: «Cada persona tiene que tener la posibilidad de liderar como se sienta cómoda» (yo hubiera dicho ‘mujer’ por el objetivo del evento, de todas maneras fue una frase poderosa). Y la segunda: «No debería ser muy rebelde que una mujer quiera ser lo que quiera». Dos frases afines con la letanía de Feminismo Artesanal: mujeres putamente libres. Y por eso me lancé a pedir la palabra.
Hice mi intervención, en la cual todas las mujeres que habitan en mí dijeron cosas. Hablé de sor Juana Inés de la Cruz, del empoderamiento y de cómo no han cambiado muchas cosas para las mujeres desde la época de sor Juana. Les conté lo del evento en Presidencia y les invité a reflexionar sobre la sororidad entre mujeres, a que pensáramos el poder para compartirlo con las mujeres sin poder alguno. Lo más ‘escandalizante’ que dije es que incluso andaba unida a las prostitutas y sus derechos, y que creía firmemente que las mujeres tenemos solo dos caminos para ganar el poder: o con los machos de siempre, que no dan nada gratis, o con las mujeres en el poder. Ya que los nuevos hombres en el poder no son tantos. Que no soportaba más la idea de mujeres que se compadecieran a sí mismas y que para mí el poder de las mujeres estaba en reconocerse y avanzar sin sentir lastima de sí mismas.
Acto seguido me llamaron la atención por gastar mucho tiempo. Al final del evento me acerqué y ofrecí disculpas. Hablé con gente linda al salir del evento. Algunas personas me pidieron mi número, a otras se los pedí. Algunas resultaron ser mujeres seguidoras de mis redes sociales. La organizadora fue adorada conmigo y hasta me acercó a mi casa y pidió un taxi que esperó conmigo. Hablamos de varios temas y yo pensé que todo estaba muy bien.
El desenlace
Emocionada como una niña comiendo su helado preferido le dije por WhatsApp al director del TED en Colombia, Mauricio Salazar, que estaba feliz de haber ido y que “intervine y todo”. Él me respondió (les mostraré el pantallazo del texto para no faltar a la verdad) que por más “callejeros” que fuéramos deberíamos “aprender a usar la semántica” y que en su casa yo no podía hablar como hablo yo. Que su gente le dio un informe de mi participación y que “mi mensaje no caló”. Que debo ser “más respetuosa”.
Le dije que no volvería a su casa y que por favor no descartara el invento. Acto seguido, me mandó un emoticón, un “dedito arriba” del WhatsApp.
Hablé con personas que participaron en el evento y pregunté por esos supuestos actos tan despreciables que hice que llevaron a Mauricio a hablarme así. Y las personas dijeron que mi error fue tomarme más tiempo, que efectivamente no dije nada malo ni hiriente como el director del TED me dio a entender.
No sé quienes le dieron el informe. Yo tengo el compromiso de no autocensurarme nunca a petición de alguien. La autocensura en mi vida es un ejercicio íntimo que realizo a voluntad, algunas veces solo por un bien mayor. Esta vez me sentí muy humillada. Ofrecí disculpas sin sentir que hubiera fallado y recordé a una mujer que me dijo al salir de TED Mujer que yo debería participar más de ese evento. ¿Para qué? ¿Para ir a hablar como me impongan?
Soy Mar Candela. Soy mi propia revolución. Soy mi discurso y me fallé –me fallé al ofrecer disculpas por algo que no sentía haber hecho mal– y les fallé a todas esas mujeres con las que hemos tejido rebeldía: una rebeldía real, no tachada, no como la tacha el evento TED Mujeres. Siento vergüenza de mi arrepentimiento momentáneo. Está muy de moda hablar de género. Ya todas y todos quieren hacer eventos de género. Y eso es muy bueno. Lo preocupante es que resulte ser un asunto que se convierta en una iglesia o club social donde solo puedes hablar lo que te permiten y como lo permiten, de tal manera que las mujeres terminemos siendo más bien el parapeto social y político de ellos. No me voy a prestar para eso.
No me duele tanto haberme sentido humillada por Mauricio Salazar como la eventual hipocresía de unas pocas personas, quienes fueron amables conmigo para luego decirle a él que yo “no me comporté”.
Soy orgullosamente callejera y no por eso tengo una semántica censurable. Sé hablar elocuentemente y fijarme. Sé ser “una señora divinamente”, quienes me conocen los saben. Pero mi resistencia no es mimetizarme para ser oída, mi resistencia es defender mi derecho a SER y quiero ser castiza, callejera, franca y frontal. Escojo no ser presa de los protocolos: quiero amar sin hipocresía. No quiero, en nombre del respeto, los buenos modales y el amor, ser censurada.
Quienes me conocen saben qué es lo que defiendo y con esta experiencia reafirmo mis banderas. Reivindico todas las formas de ser mujer, no solo la forma de ser una mujer “divinamente”, sino de ser una callejera “dispuesta a defenderse del sistema” con acritud y sin miedo.
El señor Mauricio Salazar me saludó amablemente y con dulzura en el evento Él por Ella, realizado por ONU Mujer y la Secretaría Distrital de la Mujer, no fue el mismo hombre que me dijo textualmente “en mi casa no hables así”, no fue el mismo señor al que le dije que tranquilo que él y su “gente divinamente amorosa y con gran altura” no van a ser incomodados nunca más con mi presencia. Que a su casa no vuelvo.
Que todas las mujeres sepan que si no son políticamente correctas no deben ir. Sépanlo: aunque allá nos digan con alegría y calidez que debemos liderar como queramos, solo somos bienvenidas en su espacio si lo hacemos en el método y color de TED.
Colofón
“Cuando las ideas que ‘merecen ser difundidas por el mundo’ están secuestradas por los prejuicios, difícilmente conducirán a una innovación verdadera. A una como la que el mundo realmente necesita”.