Cuando empieza la cuenta regresiva para las semanas de la moda, fotógrafos de todo el mundo se disponen cautelosamente en la entrada de las carpas, museos o edificios donde se llevarán a cabo las pasarelas que la enmarcan, probando sus luces, cambiando los lentes, buscando el escenario ideal para sacar las mejores fotos de los atuendos de los invitados que engalanan las calles. Llueva o nieve, los participantes no dejan detalles de sus looks sin cuidado debido a que hasta el más mínimo detalle puede ser primera plana para los sitios web de moda cuyo street style o estilo callejero se vuelve uno de los artículos más visitados en el año. Mucho antes de que Bill Cunningham –precursor de la fotografía de moda callejera– tomara fotos de chicas paseándose por la calle en Dior, el street style le pertenecía a la clase alta. Hoy en día (el street style) se ha convertido en la ventana mundial de inspiración y tendencias, las cuales van en declive de originalidad y en auge de dramatización.
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El mensaje de usar cierto tipo de ropa históricamente siempre ha sido el mismo “soy poderoso”, “soy rico”. Una persona que viste con telas ostentosas y marcas de lujo por un estilo naturalmente adquirido y un poder económico que se lo permite, refleja en las otras personas una atracción aspiracional. Dicha exuberancia va acompañada de un ambiente que la fomenta, una coherencia de estilo de vida. Pero cuando trasladamos la ostentosidad a un ambiente callejero, cuando la fusionamos con un par de jeans, inicialmente simbolismo de la clase trabajadora, se reduce la connotación inicial a algo más ubicuo y menos aspiracional sin perder el estilo. Este último movimiento fue algo inusual históricamente, con momentos pioneros como la aparición de los primeros jeans con una prenda de alta costura en la carátula de Vogue en 1988, pero uno sin duda que se vuelve el centro de atención en los últimos años.
En esta época nos negamos a aceptar el consejo de las pasarelas de cómo vestir de pies a cabeza de un diseñador o de un estilo subcultural en particular, dejando de un lado el manual de cómo usar esto o aquello o los consejos de coordinación de color de los abuelos. Aunque los movimientos culturales a lo largo de la historia nacen como un repelente al statu quo del vestir, aún así estos limitan la manera de llevar las prendas. En esta época optamos por buscar autenticidad en la creación de combinaciones –sino hacerlas– de prendas que reflejen nuestra personalidad, quiénes somos, cómo optamos vestirnos y cuándo hacerlo. Nunca en la historia habíamos tenido tanta libertad de Do-it-ourselves. Pero también es cierto que con la participación de la tecnología en el día a día, deja a la autenticidad como una evolución de la inspiración digital.
La variedad de estilos no solo crece exponencialmente, sino que también se empiezan a anteponer sin control, poniéndose en duda el grado de autenticidad de un estilo particular, perdiendo la línea genealógica de quién influenció a quién, quién fue el precursor, ¿fue una inspiración, una reinterpretación o plagio? Con la masificación viene el mercadeo, y con ello se pierde toda la naturalidad del estilo callejero, volviéndose una mera escenificación: una simple ocasión para pavonearse frente a las cámaras, darle segundo plano a la ropa y poner de un lado la espontaneidad que siempre le perteneció.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.