Cali

En Terrón Colorado se respiran aires de paz

El viernes pasado se desmovilizaron 32 pandilleros que ahora trabajan con el Dagma. Historias de la vida después de la violencia.

Si a Angie* no le hubieran matado a su hermano mayor, tal vez ella nunca hubiera sentido ganas de coger un arma. Si Álvaro* no hubiera perdido la vida por una confusión, quizás ella jamás hubiera tomado la decisión de meterse a una pandilla para vengar su muerte. Pero no fue así. La vida le tenía algo distinto y la muchachita, a los 22 años, ya hacía parte de un grupo de delincuentes de Terrón Colorado, el quinto barrio más violento de Cali durante los últimos 15 años.

Después de que los sicarios de Álvaro ya estaban muertos, ella sintió que le habían devuelto a su hermano. Pero en esa nueva vida de violencia y drogadicción tenía también más responsabilidades con la pandilla: transportar armas, robar, participar en fleteos y otras prácticas que la hacían vivir con temor. Tanto temor que sus dos hijos a veces le preguntaban que quiénes eran esos hombres que le querían hacer daño, que por qué tenían que correr, que por qué tenían que esconderse.

Pero esta es una historia con final feliz. A sus 28 años, Angie ya no anda delinquiendo en las calles de la ciudad sino que ahora hace parte del grupo de jóvenes gestores ambientales, que con el apoyo de la Alcaldía de Cali y el Dagma fueron contratados para realizar distintas labores en la ciudad como el control de plagas, la limpieza de ríos y la educación ciudadana.

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Todavía está en capacitaciones y lo que ahora le hace brillar los ojos es saber que el 15 de este mes va a recibir su primer sueldo de un poco más de un millón de pesos. Con ese dinero podrá estar más tranquila y no preocuparse al pensar en qué les va a dar de comer a sus niños al día siguiente. Con ese dinero, y sobre todo con la oportunidad que ahora tiene, Angie sabe que en la vida hay otras maneras de salir adelante muy lejanas a la violencia con la que creció. Con ese dinero tal vez estará un poquito más cerca de cumplir su gran sueño de tener una casa propia.

Al igual que ella, otros 31 jóvenes de la Comuna 1 entregaron sus armas el pasado viernes porque ya no se van a dedicar a delinquir: ahora van a trabajar. Y siguen, muchos otros, lidiando con su adicción a las drogas, labor en la que los apoyan los psicólogos vinculados al programa.

En milagro en el que muchos no creían

Fue un milagro. Fue un milagro que después de tanto ilusionarse, los jóvenes que tenían ganas de alejarse de las pandillas por fin tuvieran una oportunidad de ganarse el dinero limpiamente vinculados a un proyecto que no les exigiera títulos universitarios. Fue un milagro porque ellos sintieron que por fin una administración municipal puso los ojos en este barrio al que casi todos le hacen mala cara con solo escuchar el nombre, al que el resto de la ciudad relaciona siempre con ladrones, humo y sicarios.

El ángel de este milagro se llama César Chacón, joven habitante de Terrón Colorado desde que nació y quien en algún momento también encontró en las pandillas la única forma para ganarse la vida. Tuvo que estar en la cárcel y perder a muchos de sus amigos y familiares para darse cuenta de que no, de que por ahí no era, de que tenía que dedicarse a otra cosa si quería vivir en paz con su esposa y su pequeño Rafa, que ya tiene 16 años pero que por aquel tiempo acababa de nacer.

Empezó a sembrar amor en su barrio recogiendo regalos para los niños el 24 de diciembre; en febrero de este año reunió a jóvenes pandilleros y les propuso hacer una jornada de limpieza y poda del río Aguacatal, y ahora logró que la Alcaldía y el Dagma les dieran los contratos a estos muchachos que ya no empuñan un revólver sino un cuaderno.

Lo que más desea ahora es que el contrato por cinco meses que tienen estos 32 expandilleros se renueve una vez acabado el tiempo. Porque sabe muy bien que lo que los tira a las calles es la falta de oportunidades laborales, el desespero por no poder mantener a sus familias y las ofertas, que abundan en el barrio, para delinquir y ganarse el ‘dinero fácil’.

Recuerda el caso de Dylan* jovencito de 20 años que a los 14 empezó a delinquir y la primera víctima mortal fue su primo. En su brazo tiene unas líneas que representan a cada persona que ha matado. Son como nueve, dice César. Pero ahora, después de haber estado en la cárcel, Dylan quiere cambiar de vida porque su novia tiene una nueva esperanza en la barriga que muy pronto le dirá papá. Y entonces también está trabajando con el Dagma.

La vida que no alcanzó a llegar

Un día antes de la entrega de armas, evento que convocó a la comunidad y a la administración municipal en un sector del barrio conocido como La Estatua, mataron al joven que se había encargado de recogerlas. Las siete pistolas que llevaban se convirtieron en el motivo para que este muchacho de 22 años perdiera la vida y la esperanza de cambiar su camino.

Él es ahora entonces uno de los símbolos de esta lucha, la gran muestra de que la violencia no deja nunca, en ningún caso, resultados positivos. Él es la representación de todos los jóvenes que mueren en una guerra maldita, niños que se consumen en esos barrios en los que las oportunidades parecen no llegar o tardarse muchos años.

Pero los jóvenes que ahora quedan, los que tomaron la decisión de ser distintos para enorgullecer a sus padres, a sus hijos y a ellos mismos, van a ser el símbolo de que sí se puede cambiar, de que entre todos y con oportunidades se puede lograr una ciudad que cada día va a crecer.

En Terrón, por algunas de sus calles, hoy se respiran aires de paz.

*Nombres cambiados por petición de las fuentes

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