A través de una columna denunciaron trato inhumano a mujeres que pedían abortos legales en un hospital de Bogotá.
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Se trata de un crudo relato que contó Piedad Bonnett en su columna ‘Imparables’, publicada en El Espectador.
En ella se refiere a Graciela, una mujer que ya tiene una hija y que a las 22 semanas de gestación confirmó que el bebé en camino tenía múltiples malformaciones que hacían «inviable» su vida. Según Bonnett, las malformaciones en su corazón, pulmones y vaso «comprometían su función respiratoria, motriz, cardiovascular».
La mujer fue al hospital San Ignacio, a donde Compensar la remitió para que le hicieran los exámenes. Ahí fue donde decidió someterse a una Interrupción Voluntaria de Embarazo (IVE), permitida por la ley.
Sin embargo, la doctora que la atendió le dijo que «ni ella ni nadie» le haría el aborto, aunque fuera permitido por la ley en su casa. Contrario a eso, la remitió a psiquiatría.
Entre remisiones y remisiones, Graciela cumplió la semana 24 de embarazo. pero no bastando con el tiempo, un segundo médico la remitió nuevamente a un tercer psiquiatra y a otra evaluación de un médico. El siguiente médico determinó que “es muy grave lo que tiene la bebé” y le dio la autorización para la IVE. Pero para ese momento Graciela ya tenía 27 semanas.
A todos los hospitales a los que la mujer fue con la autorización aseguraron que después de la semana 11 no hacían abortos. Entonces Graciela amenazó a Compenzar con una tutela. Después de eso la EPS remitió a la mujer al hospital La Victoria.
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Y ahí llegaron los malos tratos.
Cuenta la mujer que el personal médico atiende a las mujeres que solicitan una IVE como si se tratara de un castigo, sin importar las razones por las que lo hacen.
«Aunque suplicaban, las enfermeras no les pusieron bata ni trajeron un pato a tiempo. La puerta estaba abierta, y todo el mundo podía ver aquellas mujeres desnudas y gimiendo. Todas debieron compartir la misma bolsa para el vómito. Su pareja se encargó de limpiar a Graciela, que pujó y pujó, con un feto de casi seis meses en su vientre, sin que le dieran siquiera una aspirina. Sufra, mamita, por abortar. A la chica de 17 años que estaba a su lado, que fue violada, estaba sola y no dejaba de llorar, la enfermera le puso enfrente el feto que arrojó», se lee en la columna.
Para finalizar este cruel caso, a Graciela le dieron de alta después del aborto y la enviaron a su casa sin ningún tipo de receta médica, como antibióticos o desinflamatorios. Tuvo sangrando y fiebre hasta que decidió ir a un médico particular.