Bogotá

Ángeles azules, los verdaderos amigos de los habitantes de calle

Día a día recorren las calles de Bogotá convenciendo a esta población de recibir ayuda y salir de una vez por todas del oscuro túnel de la droga

“¡Yo me voy con ustedes, yo me voy con ustedes!”, grita Nidia Nayibe apenas ve las chaquetas azules caminando por el caño de la sexta. Baja el barranco que da al canal en un dos por tres, no lo piensa y pide uno de esos cartelitos que ellos llevan siempre en forma de flor para escribir su mensaje de agradecimiento. Ángeles azules y los habitantes de calle

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“Es que yo me voy con ustedes porque me están haciendo los dientes”, dice mientras sonríe orgullosa. Sus ojos no solo reflejan ese entusiasmo, sino la realidad que viven más de 9000 habitantes de calle que recorren Bogotá. Nidia Nayibe es una de esas personas que se enorgullece de su dentadura, pero no de su forma de vestir ni de cómo lleva su pelo y mucho menos de haber dejado a sus hijos en manos de otro y preferir la calle.

“Pero no importa, mami. Busquen por favor la van que Nidia se va ya para que le sigan arreglando los dientes”, dice alguien que lleva puesta una de las chaquetas azules, uno de los ángeles azules que también caminan por Bogotá buscando a esas 9000 personas para convencerlas de que dejen la calle, las drogas.

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Las jornadas que adelantan son diarias. Sus escudos son las chaquetas azules y su pañuelo blanco es una cartelera en papel kraft, en la que se lee el mensaje: ‘Cambia el canal, acepta la ayuda distrital’. No todos son como Nidia, si fuera así, no habría más de 9000 en la calle.

Debajo del puente   

“Buenos días, buenos días. ¿Cómo están? ¿mucho frío, no? ¿se van a ir con nosotros? Para que vayan, desayunen y se bañen”, les dice uno de los ángeles a una pareja que duerme debajo del puente peatonal que cruza el caño. Después de unos minutos bajan y siguen adelante sin éxito.

“Es que la señora no se quiere ir y si ella no va, pues el señor no va. Es muy difícil así”, dicen mientras saltan los charcos y los escombros que se han formado en el canal por la basura que llega allí después de ser desechada por los habitantes del barrio que queda al lado.

Y es que sí, la labor no es fácil. No solo por la negativa de las personas que convirtieron la calle en su hogar, sino porque para hacer ese trabajo se necesitan agallas y dejar los prejuicios a un lado. “Ellos son seres humanos como tú o como yo y hay que tratarlos así. La gente piensa que porque están en la calle no les gusta nada y eso es mentira, en este caño te puedes encontrar a muchos que son locos por el fútbol, hinchas de Millos o Nacional, otros políglotas y hasta los que saben de física o química. Son personas comunes y corrientes que eligieron mal”, asegura Felipe, uno de los ángeles azules que pasó mucho tiempo en la calle y ahora, desde una oficina, les enseña a otros ángeles este trabajo.

En un día pueden convencer a unos cinco habitantes de calle para que vayan a los centros de ayuda. En una jornada intensiva como la que se realizó hace dos semanas en el barrio Veraguas, después de tres días, y según la Secretaría de Integración Social, la ayuda la aceptaron 152 personas. Una cifra nada despreciable teniendo en cuenta que a veces, en un solo día, pueden convencer a tres o cuatro.

“A estos habitantes de calle los vamos a consentir, a cuidar y a hacer todo lo que los profesionales de los centros de atención tengan a su alcance para que se queden con nosotros y no regresen a la calle”: Cristina Vélez, secretaria de Integración Social 

Carolina, 19 años siendo un ángel

Ellos no son ángeles por llevar la chaqueta azul, son ángeles porque no todos serían capaces de ponerse la chaqueta y ver a las personas de esta población como una persona más. “En este trabajo me ha tocado aprender mucho porque una sola mirada que ellos vean rara o si les dices que huelen feo, ellos se sienten y cierran las puertas. Esto es de tacto, de dejar el asco y los prejuicios a un lado”, comenta Carolina, una mujer que lleva 19 años trabajando con esta población y que ha visto de todo en la calle.

A Carolina le ha tocado lidiar con heridas abiertas, con piojos, sangre, malos olores, heces fecales y con llanto. “A veces ni siquiera quieren recibir ayuda, sino que los escuchen. Me ha tocado varias veces y algunos me reconocen, entonces me dicen: ‘Profe, quiero hablar con usted de algo que me pasó’. Me siento a hablar con ellos sin hacerles caras o juzgarlos, solo a escucharlos”, dice el ángel azul.

Así como ha visto todo lo que nunca imaginó ver en su vida, ni siquiera en su casa, Carolina también se ha encontrado con historias que le han tocado el alma: “A la señora Nubia la tengo que ver mañana porque le prometí que la iba a llevar a que sacara la cédula”, se acuerda Carolina de la diligencia que tiene que hacer mientras cuenta sus relatos de la calle.

Sí, la señora Nubia es una habitante de calle que tiene 60 años y está sin cédula. “Las personas creen que todos botan o venden la cédula, y no crea, para muchos el documento es importante porque saben que sacarlo es un trámite”, asegura Carolina.

“¿Sabe de quién me acuerdo? Del italiano”, le comenta Carolina a Cinthya, una de sus compañeras ángeles que lleva seis meses enfrentándose a lo que ellas llaman ‘la otra realidad’. “El italiano es un habitante de calle que se vino de su país a probar las drogas colombianas y se quedó en el vicio. Pero él tiene sus negocios en Italia, su familia es de plata, pero se quiso quedar en la calle”, dice este ángel un poco decepcionada porque está segura de que uno de los peores males que hay en la sociedad, y sobre todo en este país, es la droga.

“Es que los papás tienen que estar pendientes de sus hijos, porque pueden caer en la drogas. A cualquiera le pasa. Los habitantes de calle tienen familia y no nacieron así, se volvieron así”, enfatiza.

Una mirada lo cambia todo

Cinthya lleva seis meses siendo un ángel azul y se acuerda de que una vez le tocó ver una herida abierta y casi renuncia. Pero también se acuerda de los días en los que le aceptan la invitación y esos habitantes de calle por lo menos se van a bañar y a comer de forma decente.

“Me ha tocado aprender mucho porque hay algunos que son manipuladores”, dice entre risas. “Son conscientes de lo que dicen, de lo que hacen, de la situación en la que están y por eso mismo a veces es difícil ayudarlos. Con ellos toca tener tacto, hay que hacerse amigo y dejar los prejuicios a un lado porque no nos puede dar asco darles la mano”, asegura mientras reparte periódicos de invitación a la comunidad para que no les den comida, ropa o algún objeto que los haga depender de ellos o de la calle.

Y, precisamente, ese es uno de los frentes que trabajan los ángeles azules: “No les den plata, no les den comida ni ropa, ellos deben sentir la necesidad de buscar ayuda porque si por pesar les dan algo, generan dependencia y por eso muchos no salen de la calle”, cuenta Cinthya. Ángeles azules y los habitantes de calle

Así como llevan ese mensaje de no darles nada, también llevan el mensaje de que los habitantes de calle son personas y merecen respeto. “Una mirada lo cambia todo. Una actitud lo cambia todo. Ellos son personas, punto”, enfatiza con esa voz tímida que se alza un poquito cuando pide respeto. Ángeles azules y los habitantes de calle


Así es el trabajo de los ángeles azules que ayudan a los habitantes de calle Ángeles azules y los habitantes de calle

• Siempre salen en grupos mínimo de tres y máximo de seis cuando van a hablar con habitantes de calle.

• Esto no es como un banco. Acá no hay turnos, si se demoran ocho horas hablando con un solo habitante de calle, no importa.

• Más de 100 personas se ponen la chaqueta de los ángeles azules.

• Entre tres y cinco habitantes de calle aceptan la oferta del Distrito a diario y son trasladados a los centros de la Secretaría de Integración Social.

• Si ve un habitante de calle no le dé dinero, ni ropa ni comida. Invítelo a que use las ayudas del Distrito que pagamos entre todos.


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