Antes de irse al colegio, Hugo trota todas las mañanas hora y media. Luego se baña, se viste, desayuna, arregla la parte del cuarto que le toca y se va. Estudia hasta las dos de la tarde y luego regresa a tomar el taller del día; algunos le parecen buenos, otros no tanto, pero no reniega porque está aprendiendo.
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Hugo quiere ser psicólogo o zootecnista. Se ve en un año empezando la carrera, iniciando una nueva vida y dejando atrás casi 30 años de consumo de drogas y de haber habitado la calle. Sí, Hugo es uno de los más de 3000 que salieron del Bronx hace un año. Él estuvo el día de la intervención, la recuerda como si fuera ayer, porque le ve la cara aún a los policías y a los del Esmad; su expresión cambia cuando se refiere a ellos, de pronto es el recuerdo de los golpes y el abuso físico del que fue víctima cuando lo veían en la calle.
Hugo robó, vendió cosas de su casa y hasta recicló para mantener el vicio. Un día podía consumir hasta $30.000 y su desayuno en ‘la L’, o donde estuviera, era una ‘bicha’ de bazuco. “Llegué a la calle porque ya había un punto en el que me llevaba las cosas de la casa. Me estaba robando lo que fuera para consumir y decidí entregarme a la calle. Al principio me dio duro porque no la conocía y volvía a la casa, pero como ya no había entrada pues regresaba a la calle y aprendí a conocer su ritmo. El maltrato que me daban era muy grande y yo, por castigar a mis papás, caí en la droga para que ellos sintieran ese dolor que yo sentía cuando me pegaban todos los días. Cumplí el cometido y me volví un drogadicto”, cuenta con tristeza en su voz.
Esta es la cuarta vez que intenta salir de las drogas. La vez más larga duró dos años en rehabilitación, pero volvió a caer. Cuando recuerda todo lo que ha vivido sus ojos se llenan de lágrimas, parece que se muerde la lengua y habla: “El dolor más grande es haber perdido tiempo en el consumo. Me arrepiento de haber dañado un hogar, de maltratar mi familia, pero no me arrepiento de ser habitante de calle. Vida es vida”, comenta.
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Sin fondo
Hugo asegura que cuando tocó fondo ni siquiera se dio cuenta, porque entre los mismos habitantes de calle se considera normal llevar un costal, no bañarse y hasta vender la ropa por la traba. Después de pasar por ese proceso maduró, está seguro que algo aprendió y no fue en vano todo lo que sufrió en la calle.
“Yo no encontré fondo para rebotar, pero la decisión de salir fue porque no encontraba esa sensación agradable. Mi cuerpo ya no sentía el efecto de la droga, después mi mamá me decía muchas cosas, pero dentro de ese mundo maduramos. No es lo mismo una persona que lleva años consumiendo como yo, a una persona que hasta ahora está cogiendo el costal. Al nivel que estaba ya me podía vestir mal, pero estaba en una pieza consumiendo”, añade.
Aguantar frío, hambre, ver atrocidades no solo en el Bronx, sino en el mismo Cartucho, donde alcanzó a vivir, le pusieron el pellejo duro. Sin miedo confiesa que llevaba un cuchillo, que practicó todas las modalidades de robo existentes, que su favorita era el ‘estuche’, con la que le quitaba todo lo que podía a los carros, y consumía. Tiene claro que jamás alejó la droga de su vida. Hasta hace seis meses cuando decidió intentarlo una vez más con 42 años encima, para él una edad avanzada, y entró a El Camino.
“Para llegar acá fue un proceso y ha sido bueno en todo sentido, porque si uno llega con voluntad puede salir. Tomé la decisión de no consumir más y empiezo a ver que esté donde esté la decisión es mía. Acá me dan la facilidad de un desayuno, un almuerzo, una comida y no me tengo que ir a pedir por un cepillo de dientes o por otra cosa”, asegura Hugo.
Sin embargo, hay días en los que piensa qué será de su vida cuando salga de El Camino y “aunque este no es el primer intento que hago a veces me digo a mí mismo que sí se puede, pero a veces siento que no porque ya pasé por algo. Qué le digo, no tengo vida social porque amigos no tengo, mis amigos son negativos y mi vida social está muerta. Yo no soy como usted que tiene un amigo para llamar y la ayuda, yo no tengo de esos”.
¿Luz al final del túnel?
Nadie sabe qué será de Hugo, cuál será su futuro, él solo piensa en mantener su mente ocupada y seguir adelante. No quiere darle oportunidad a la droga otra vez, quiere darle una oportunidad a su vida, y por eso le afana conseguir un trabajo. “Necesito el trabajo de aquí a un mes, para que sea el colchón económico antes de salir y mi proceso no se quede estancado. No quiero que se dañe todo, no quiero irme a vivir con mi mamá. Yo quiero mi propio régimen”, aseguró.
Quiere seguir adelante por su familia, por él y porque siente que se le agota el tiempo. La historia de Hugo siempre será contada desde la calle, desde sus múltiples intentos de recuperación y desde la indiferencia.
Siendo invisible
Hugo, así como los más de 10.000 habitantes de calle que se calculan hay en Bogotá, es invisible. Así piensa él. Han empezado a verlo un poco más desde que está recibiendo ayuda, pero recuerda que cuando estaba en la calle vivía con personas comunes… como usted, que lee esta nota, y como yo, que la escribo.
“Los bogotanos tienen un concepto muy errado de los habitantes de calle. Las personas con las que alcancé a convivir eran personas comunes, tenían profesiones y nosotros también tenemos un pasado, la gente llega al consumo por alguna razón”, asegura.
Hugo está buscando oportunidades laborales. Ha sido vendedor, sabe manejar máquinas, ha sido mercaderista, reciclador y lo que le pongan en frente está dispuesto a aprender. Él busca un pequeño chance para nunca más ser invisible. En tres meses se acaba su proceso en El Camino, pero cuando salga tendrá dos opciones: seguir con su recuperación o volver a caer. Sea cual sea su elección necesita ayuda, porque cuando salga no habrá camino, ni institución que valga.