Bogotá

De utopía a realidad

Como esta es la entrega número 100 de ‘Recovecos’, decidí dedicársela a una de las obras arquitectónicas más singulares de Bogotá. El Centro Urbano Antonio Nariño, un conjunto que sigue los preceptos de la arquitectura moderna posterior a la Segunda Guerra Mundial: edificios altos de fachadas largas y delgados, rodeados de amplias zonas verdes, construidos en una gran manzana. En este caso, un predio de unas 14 hectáreas en forma de pentágono que formaba parte de la hacienda Camavieja. Por el occidente colinda con Corferias y la carrera 36; por el costado norte, con la calle 25 y por el este, con la Avenida 35.

En muchos casos, obras similares en el mundo, que siguen a rajatabla los preceptos de lo que yo llamo “la utopía modernista”, con el paso del tiempo se convirtieron en guetos que son la vergüenza de las periferias de grandes capitales del mundo y que en muchos casos han sido demolidos.

Pero con el Centro Antonio Nariño sucedió todo lo contrario. Allí se ha conformado una de las comunidades más sólidas y solidarias de la ciudad. Ellos están orgullosos de sus edificios de ladrillo y piedra, pero también de las zonas verdes arborizadas que son, en mi opinión, gran parte del encanto de este conjunto.

El conjunto se construyó con el objeto de ofrecerles a personas de la clase media una vivienda austera y digna. El diseño estuvo a cargo de la firma Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Suárez, y en él participaron otros arquitectos, entre ellos Néstor Gutiérrez. Las obras comenzaron en 1952 y se inauguraron en 1958. Lo conforman 13 edificios, siete de ellos de 13 pisos y seis de cuatro.

Para completar su propia dicha, el Centro Antonio Nariño se ha beneficiado del enorme progreso de Corferias, que se ha convertido en un verdadero centro cultural de la ciudad, al que muy pronto se le unirá el Centro de Convenciones Ágora.

Debo confesar que al Centro Antonio Nariño lo he ido aprendiendo a valorar con el paso de los años. De la indiferencia que me generaba hará unos 30 años le dio paso a la admiración que hoy me genera el que yo considero como uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. No solo porque conserva en casi perfecto estado uno de los grandes hitos de la arquitectura colombiana del siglo XX, sino también porque es un pulmón verde en el corazón de la localidad de Teusaquillo que mucho beneficio les trae a los barrios que lo rodean, entre ellos la Zona Industrial.

Hoy día es un verdadero deleite admirar esos edificios esbeltos, de geometría sencilla, que contrastan con las formas de los altos árboles que los rodean. Sin duda, un hermoso ejemplo de cómo la utopía de la arquitectura moderna para fortuna de sus habitantes y de la ciudad se hizo realidad.

Por: Eduardo Arias // @ariasvilla

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