Parpadeas y podrías atravesar las naciones más pequeñas de Europa sin darte cuenta.
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Mira, por ejemplo, Luxemburgo, que puede ser cruzado en auto en una hora en su zona más ancha. Antes de que puedas notarlo entrarás en alguno de los países vecinos -Francia, Alemania o Bélgica- apenas vigilado por una cámara de seguridad que mira sobre la frontera mientras dejas atrás las banderas de franjas del Gran Ducado.
La capacidad para hacer esto se debe en parte a su pequeño tamaño, pero también al legado de Luxemburgo: un tratado firmado allí hace más de 30 años en la pequeña localidad de Schengen, ubicada en la zona más suroriental del país.
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El reconocido tratado de Schengen cambió de forma radical cómo viajamos dentro de Europa y aún sigue evolucionando.
El no tan pequeño Luxemburgo
De forma superficial, Luxemburgo podría verse como un almidonado centro de comercio, en el cual los peces gordos europeos están ocupados en hacer dinero.
También parece ocupar muy poco espacio en el mapa y, como consecuencia de ello, de forma inconsciente suele ser desestimado como destino de viaje en beneficio de sus vecinos de mayor tamaño.
Miembro fundador de lo que ahora es la Unión Europea, el diminuto país alberga una de las tres capitales de la UE -la ciudad de Luxemburgo, junto a Bruselas y Estrasburgo- y sigue siendo un actor clave en la gestión de la Unión Europea.
Es una monarquía constitucional enclavada entre las dos gigantescas repúblicas de Francia y Alemania, y ha pagado el precio de su ubicación en dos guerras mundiales, por lo que tiene mucha historia que ofrecer.