En teoría, el Mundial de Clubes debería ser el trofeo más deseado en el fútbol más allá de las selecciones nacionales, pero está muy lejos de serlo.
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Poder decir que uno es el mejor club del mundo debería ser la mayor ambición para cualquier equipo, pero la realidad es que en los últimos años se ha convertido en una procesión en la que al final el título queda en manos del campeón de la Champions League.
Pero incluso para los equipos europeos se trata muchas veces en una distracción que sobrecarga físicamente a los ya exprimidos jugadores por las exigencias de una larga temporada.