Diane Reeve no esperaba encontrar de nuevo el amor después de que su matrimonio de 18 años se viniera abajo. Pero en 2002, cuando tenía 50 años, sucedió. Sin embargo, resultó que su nueva pareja, Philippe Padieu, se acostaba con otras mujeres, y le transmitió el virus del VIH. Esta es su historia contada por ella misma.
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«Yo había más o menos renunciado al amor, pero un par de personas me convencieron de que era demasiado joven para eso y de que debía volver al mercado. Me sugirieron usar aplicaciones de citas online. La experiencia fue bastante brutal y estaba a punto de renunciar cuando me llegó un mensaje de Philippe».
Era un breve «me gusta tu perfil, me gustaría conocerte», pero me intrigó. Era francés y guapo, y pensé: ‘Bueno, una última vez y ya’.
Nos conocimos en mi escuela de artes marciales -el también era un artista de las artes marciales- y luego fuimos a un restaurante cercano y tomamos tragos y aperitivos, nos sentamos por una hora y hablamos. Yo estaba fascinada y supongo que él también.
Contaba buenas historias y me contó mucho de sí mismo. Era refrescante porque normalmente es al revés, la mujer habla todo el rato y a mí esto me parecía agotador.
En esa primera cita, me interesó bastante, pero no sabía si él sentía lo mismo. Pero de pronto hizo un comentario insinuante y pensé ‘ah, vale, está interesado’ y ahí empezamos a salir con bastante frecuencia.
Philippe era analista de seguridad para una gran empresa, pero fue despedido al año de empezar a salir juntos. Mientras buscaba trabajo, le pedí que me ayudara en la escuela.
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Cuando daba clases allí, salíamos juntos después del trabajo y pasábamos la noche juntos. Habíamos hablado de no salir con otras personas desde bastante pronto en la relación, así que nos veíamos tres o cuatro veces a la semana, y el resto del tiempo yo estaba ocupada con mi escuela.
Estaba contenta, él estaba contento, era bueno, y estuvimos juntos durante cuatro años y medio.
Desencanto
En 2006, mi hija se iba a casar y tuvimos una ceremonia estupenda.
Philippe estuvo allí -tomó un video de la gran ocasión- e íbamos a ir todos a una cena familiar luego. Pero después me llamó desde su teléfono y dijo que no podía venir porque no se sentía bien.
No llamó desde el teléfono de su casa, lo cual me hizo sospechar, y estaba furiosa porque la cena era muy importante para mí.
Fui sola, pero de camino de vuelta a casa pensé que pasaría por la de Philippe para ver qué tal estaba ese pobre enfermo que no pudo venir a la cena familiar.
La puerta estaba cerrada, la casa a oscuras y su coche no estaba. Me senté en el acceso y lloré durante largo rato. Luego empecé a enojarme.
Como había estado pagando sus facturas de celular, pude escuchar sus mensajes de voz. Dos mujeres distintas le habían dejado mensajes, y era obvio que se trataba de mujeres con las que tenía planes.
Esperé durante una hora y media más y luego finalmente le vi aparecer por la esquina.
Al ver mi coche inmediatamente aceleró -sabía que pasaba algo- así que le seguí arriba y abajo por las calles del barrio hasta que finalmente se metió a la autopista. Iba a 145 km/hora y yo iba justo detrás. Pensé: ‘puedo perseguirte toda la noche, tengo el depósito lleno’.
Finalmente se hizo a un lado. Grité y lo acusé de engañarme. Dijo ‘¡no deberías haber entrado en mi buzón de voz!’ y así estuvimos discutiendo. Estaba tan enfadado que empezó a golpear el coche y esto me asustó, así que decidí que era el final.
Rompimos un sábado. El lunes siguiente fui a un examen médico y cuando llegaron los resultados, había anomalías en las células del cérvix.
Me dijeron que era el virus del papiloma. Nunca había tenido eso antes, así que supe que me lo había pasado él. Esto me produjo un choque y me asustó: tenían que operarme para eliminar esas células y no sabía si esto iba a convertirse o no en un cáncer.
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Me pregunté si debería avisar a las otras dos mujeres. Revisé los nueve meses de registros telefónicos de Philippe que tenía. Llamaba a los distintos números y cuando me contestaba una mujer, yo preguntaba: «¿Estás viendo a Philippe Padieu?», y si decían que sí, contestaba: «Bueno, necesito hablar contigo».
Encontré a otras nueve mujeres.
Una llamada
Algunas estaban enojadas, otras me colgaron, otras se interesaron mucho, y algunas estaban agradecidas: obtuve todo tipo de respuestas.
Una mujer que había estado viendo a Philippe y que vivía cerca de él estaba tan enojada que decidimos encontrarnos con otras dos mujeres. Pasamos una comida bastante interesante, comparando impresiones, y nos tomamos una foto haciendo un gesto obsceno que luego le mandamos.
Hubo otra mujer a la que contacté luego. Nos encontramos en un pequeño bar de jazz. Ella llevaba como un año y medio viendo a Philippe tres veces a la semana.
No tenía una relación exclusiva con él, pero esperaba que eso llegara, yo creo. Le conté todo lo que me había pasado: cuán románticas habían sido las cosas para nosotros durante años, que estábamos construyendo una casa, que nos íbamos a mudar a vivir juntos cuando rompimos.
Le conté lo del virus del papiloma y que seguía teniendo problemas médicos.
Escuchó muy atentamente lo que le conté.
Le dije: «Es tu decisión y si quieres seguir viéndole, es asunto tuyo» y pensé que sería la última vez que nos veríamos.
Tres meses después me llamaron del departamento de salud y me dijeron que tenían que hacerme un examen. Me dio pánico porque había estado teniendo muchos problemas de salud, además del resultado de las células anómalas.
Había guardado el celular de Philippe por si alguien llamaba y así podría avisarlas. Volví a mirarlo después de que me contactara el departamento de salud y me di cuenta de que la última persona que había llamado era la mujer con la que me había encontrado en el bar de jazz.
La llamé y dije: «Me acaba de llamar el departamento de salud, ¿qué puedes decirme sobre esto?».
Dijo tres palabras que nunca olvidaré: tenemos que hablar.
Ella había seguido viendo a Philippe después de encontrarse conmigo pero había decidido luego dejarle. Empezó a preocuparse por las enfermedades de transmisión sexual y había ido a hacerse exámenes.
Su médico la había llamado y le había dicho que traía malas noticias. Tenía el virus del VIH.
En ese momento, supe que todo por lo que había pasado en los últimos seis meses, los problemas de salud, no tener energía, cosas que había atribuido a hacerme un poco mayor, todas esas piezas de rompecabezas cuadraban, y supe entonces a lo que me enfrentaba.
Al día siguiente tenía una cita con mi ginecólogo y me sacaron un poco de sangre. Un días después me llamaron con los resultados.
«Diane, lo siento. Es positivo»
Dejé caer el teléfono y me puse de rodillas. Pensé que iba a morir.
No había seguido de cerca las noticias sobre el VIH. Recordaba cuando no había cura y sabía que hoy en día había tratamientos, pero no conocía realmente cuán efectivos eran. Y sabía que yo estaba muy, muy enferma.
Esto pasó en enero de 2007.
Cuando fui a hacerme más exámenes me enteré de que tenía el Sida. Esto significa que tu sistema inmune está dañado hasta el punto que eres vulnerable a cualquier enfermedad.
Tu cuerpo no se defiende porque el virus ha dañado las células que luchan contra la infección.
Una extraña reacción
Tenía seguro médico porque era trabajadora independiente; dos meses después del diagnóstico había cambiado de póliza. Y al final de la póliza nueva había una exclusión: «Por favor, sepa que no cubrimos el VIH», la cual yo había firmado sin problemas porque sabía que no tenía VIH. Lo que pasa es que dos meses después supe que en realidad sí.
Así que tenía un seguro que no cubría el VIH y el tratamiento costaba unos US$2.000 al mes, por lo que no me lo podía permitir.
Casi inmediatamente después de recibir los resultados, fui a terapia. Necesitaba ayuda para procesar las cosas. Estaba muy deprimida, asustada y enojada hasta niveles homicidas.
Decidí volver a hablar con la mujer que había conocido en el bar de jazz. Lloramos juntas y nos enfadamos juntas. Cuando ella recibió su diagnóstico había llamado inmediatamente a Philippe para decírselo. Y él había contestado: «Eh, tampoco es para tanto, todo el mundo muere de algo. ¿Por qué no sigues con tu vida y me dejas en paz?».
Era una reacción muy rara de alguien que debería haber estado en shock.
Sospechamos que Philippe nos lo había contagiado a ambas y pensamos que tenía que haber algo que pudiéramos hacer.
Hicimos averiguaciones y unas semanas después de mi diagnóstico habíamos puesto una denuncia policial.
Queríamos que la policía lo parara. Queríamos que averiguaran si él efectivamente tenía el virus y queríamos saber si había algo que pudiéramos hacer para evitar que hiciera daño a otras mujeres.
La policía fue muy empática y comprensiva pero dijo que como éramos solo dos no íbamos a ser capaces de probarlo.
Pero si otras cuatro o cinco mujeres hablaban, dijeron, quizás conseguían que el fiscal del distrito echase un vistazo.
Volvimos a los registros telefónicos. La primera persona a la que llamé fue la persona que había vivido en el barrio de Philippe a la que había conocido antes. Se hizo los exámenes y también le diagnosticaron VIH.
Nos ayudó vigilando la casa y anotando las matrículas de los coches que paraban en la casa de Philippe por la noche.
Estábamos bastante ocupadas porque él pasaba cada noche con una mujer distinta, era increíble.
Yo tenía un amigo que podía averiguar nombres y direcciones a través de las matrículas, y una vez con esto fuimos a visitarlas.
En total encontramos 13 mujeres que fueron diagnosticadas con VIH.
Yo estaba devastada porque esto hubiera estado sucediendo durante tanto tiempo. Yo había estado viendo a Philippe desde 2002, pero algunas de las mujeres con las que hablé me predecían, y con un coche diferente cada noche a las puertas de su casa, muchas mujeres habían estado expuestas.
A medida que progresaba el caso, el departamento de policía y la fiscalía empezaron a involucrarse.
Para intentar probar que Philippe sabía que había sido diagnosticado, la policía organizó lo que se conoce como llamada telefónica de pretexto.
Me senté en la comisaría y lo llamé para intentar conseguir que admitiera que sabía que estaba viviendo con VIH. No salió muy bien.
Dijo, «¿cómo has conseguido este número?» y a partir de ahí fue cuesta abajo.
Le dije: «Eh, oí que no has estado sintiéndote muy bien y llamaba para saber cómo estás», y me colgó.
Había una mujer en el departamento de salud que nos estaba ayudando a encontrar a las mujeres. Le pregunté si alguna vez lo había visto, pero no le sonaba.
Luego me acordé de que Philippe a veces usaba un alias, el nombre Phil White, y ella lo recordó. El periodo de tiempo durante el que ella lo había visto era más o menos el mismo en el que yo recordaba haberlo enviado al médico porque se sentía como si tuviera piedras en el riñón.
Pensé, «me pregunto si fue entonces cuando le diagnosticaron».
Era 2005. un año y medio antes de que rompiéramos. Había ido al médico y le habían hecho unos exámenes.
Yo había pagado ese tratamiento, así que recuperé esos cheques y se los llevé al fiscal del distrito: fue la primera vez que la vi sonreír.
Los cheques le dieron «causa probable» para pedir su historial médico, así que lo hizo. Sin esto hubiera sido muy difícil, si no imposible, obtenerlos, debido a las leyes de privacidad. Y fue así como probamos que él había sido diagnosticado con VIH.
De las 13 mujeres que encontramos que habían sido diagnosticadas con VIH, solo cinco acordaron testificar, debido al estigma asociado con el virus.
Creamos un grupo de apoyo y nos encontramos en nuestra casa de forma rutinaria. Pasamos por ello todas juntas.
Uno de los motivos para pasar por todo eso fue que el estado de Texas paga el tratamiento médico si el mal es resultado de un crimen, y a Philippe lo estaban persiguiendo por «asalto con arma letal».
Fue un proceso largo, de cinco o seis meses, el de encontrar a las mujeres. Casi cada día de la semana estábamos vigilando.
Era agotador -yo seguía con Sida- pero estábamos resueltas a evitar que le hiciera esto a alguien más.
Juicio y condena
El juicio empezó finalmente en 2009, tres años después de que Philippe y yo hubiéramos roto y dos años después de mi diagnóstico.
El fiscal del distrito nos había avisado de que cualquier trapo sucio que Philippe tuviera sobre nosotras iba a ser compartido en público. Aunque estaba preparada para ello, no sabía que iba a ser tan brutal como fue: estuve en el estrado durante una hora, pero lo superé.
Tras la sentencia, reunimos a todos nuestros amigos y familia y celebramos, porque sabíamos que ya no podría herir a nadie más.
Philippe nunca asumió su responsabilidad. Dijo que había sido yo la que contagió a todo el mundo con el VIH, lo cual era obviamente absurdo. Encontramos a una mujer en Michigan a la que había transmitido el virus en 1997.
Y también hicimos un estudio de ADN muy riguroso que mostró que el virus que estaba en cada una de nosotras tenía un origen común, y Philippe era lo que teníamos en común.
Yo sospechoso que él había estado transmitiendo el VIH a mujeres, a sabiendas, desde años antes de que yo lo conocí y que el diagnóstico de 2005 no era el primero.
He tenido dificultades con el perdón, pero estoy en paz porque, honestamente, cuando la vida me dio limones, hice limonada.
Pero una de las cosas que más resiento de lo que me hizo Philippe a mí y a las otras mujeres es que destruyó mi capacidad de confiar, y esto hace muy difíciles las relaciones.
Estoy superándolo, pero es un proceso difícil.
Tengo mucha suerte de tener ahora una buena relación con alguien que entiende y que me quiere y me acepta.
Empezamos a vernos en 2008 y en la segunda cita le conté. Empecé a llorar y me tomó y dijo: «Está bien, mi hermano murió de Sida», y esa experiencia fue muy curativa para mí.
La medicina ha avanzado tanto que para mucha gente hoy basta con tomar una pastilla al día, y eso es lo que yo he estado haciendo por largo tiempo.
Tengo una carga viral indetectable, lo cual implica que el virus no se puede detectar en mi sangre.
Se ha mostrado que si estás viviendo con VIH y tienes durante seis meses de forma consistente una carga viral indetectable, el riesgo de transmisión es cero. Esto cambió todo para nosotras.
Todavía estoy en contacto con muchas de las otras mujeres. Fui al Gran cañón de vacaciones con una de ellas el año pasado, la del bar de jazz.
Si yo no la hubiera conocido ella nunca se hubiera examinado, y si ella no hubiera dado mi nombre al departamento de salud, nunca me hubieran llamado para examinarme a mí. De verdad que nos salvamos mutuamente la vida.
Esta nota fue escrita por Sarah McDermott
Philippe Padieu fue condenado por seis crímenes de asalto agravado con un arma letal –su fluido corporal–, y sentenciado a 45 años de cárcel.
«Standing Strong: An Unlikely Sisterhood and the Court Case that Made History«, de Diane Reeve,es un libro publicado por Health Communications.
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