Fue una estación de investigaciones al lado de un volcán, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, la que recogió la señal clave: a pesar de una prohibición internacional, alguien, en algún lugar, estaba emitiendo un elemento contaminante para el ozono.
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Stephen Montzka, de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, en inglés), fue el primero en darse cuenta. Su análisis de datos desde 2013 indicaba que el CFC-11, una sustancia química peligrosa, había dejado de disminuir.
Pero fueron los datos de Mauna Loa los que lo convencieron.
Desde la década de 1950, el Observatorio Mauna Loa, en el gigantesco volcán hawaiano del mismo nombre, ha monitoreado el aire a su paso por el océano Pacífico. En mayo de 2018, un artículo publicado en la revista Nature reveló un descubrimiento preocupante: el CFC-11 viajaba sobre el Pacífico desde el este de Asia.
Al "olfatear el aire" y monitorear los niveles de varios gases en él, los científicos pueden detectar la presencia de contaminantes. Esta es la historia de cómo lo hacen.