Hay un color que hoy en día vemos por todos lados y que no nos parece nada extraordinario.
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Pero en el pasado era tan raro y costoso que solo unos pocos podían permitírselo. Así que, por supuesto, a la hora de diseñar su bandera la gran mayoría de países prescindió de una tonalidad que no iba a estar al alcance de todo el pueblo: el morado.
Durante siglos el morado fue asociado a la realeza y a la clase dominante porque su prohibitivo precio lo convirtió en un símbolo de estatus.
El púrpura se obtenía en pequeñas cantidades de la mucosidad de un caracol marino llamado múrex que habita en la región del Pacífico-Índico. Lo elaboraban en la ciudad fenicia de Tiro.
En la antigua Roma, Julio César viajó a Egipto a visitar la corte de Cleopatra y quedó tan fascinado con los colores morados que vio allí, que volvió con una toga púrpura y decretó que solo él podía vestir togas de ese color.
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Un negocio
Fue un químico británico el que consiguió democratizar este color: William Henry Perkin.