Luego de más de tres meses de protestas antigubernamentales, Nicaragua no ha dejado de contar muertos: al menos 317 confirmados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 448 según las últimas estimaciones de organismos locales.
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Y denuncias como las de un joven con el que me tuve que encontrar a escondidas durante un reciente viaje a Managua, hacen temer que el descenso a los infiernos del que hasta hace poco presumía de ser el país más seguro de Centroamérica -que es mi propio país- está lejos de haber terminado.
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"Me escondo porque me quieren matar. Nos están buscando casa por casa", me dijo en esa oportunidad uno de los muchachos que hace poco protestaban en contra del presidente Daniel Ortega en Monimbó, 28 kilómetros al sur de la capital nicaragüense.
"Muchos han sido torturados, asesinados, desaparecidos. Hay cuerpos que no han sido encontrados", aseguró, remitiéndome de inmediato a uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de Nicaragua.