Durante más de dos meses, no ha dejado de vomitar lava ni de remecer la tierra.
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En mayo pasado el volcán Kilauea en Hawái entró en actividad y desde entonces ríos de piedra derretida, humo y cenizas corren por el sureste de la Isla Grande hasta las agua del Pacífico.
Hay más de 10.000 evacuados, decenas de casas han sido destruidas y varias comunidades cercanas han quedado desiertas.
La magnitud de la erupción ha hecho que hayan emergido nuevas islas y en algunas áreas la costa se ha extendido producto de la lava.
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Casi tres meses después, el Kilauea sigue despierto y los científicos no ven señales de que la actividad vaya a disminuir en un periodo cercano.
"No se ha registrado ninguna señal de cambio: no ha disminuido la cantidad de lava que emana, ni los temblores de tierra… Entonces, no hay indicios de cuánto más magma va a continuar brotando", explica a BBC Mundo la vulcanóloga Janine Krippner.
No obstante, de acuerdo con la investigadora de la Universidad de Concord, lo más llamativo no es la erupción en sí misma, ya que el Kilauea ha estado activo desde 1983.