El psicólogo Carlos Crivelli descubrió algo sorprendente mientras realizaba una investigación sobre las emociones y las expresiones faciales en Papúa Nueva Guinea en 2015.
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Mostró fotografías de expresiones faciales de miedo usuales en Occidente a los habitantes de las islas Trobriand pidiéndoles que identificaran lo que veían. Ellos no vieron rostros de temor. En lugar de ello, vieron señales de amenaza y agresión.
En otras palabras, lo que consideramos como expresiones universales de temor no lo son en absoluto. Pero si esos aborígenes tienen una interpretación distinta de las expresiones faciales, ¿qué significa esto?
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Una teoría emergente, que cada vez gana más respaldo, señala que las expresiones faciales no reflejan nuestros sentimientos. En lugar de lecturas confiables de nuestros estados emocionales, muestran nuestras intenciones y objetivos sociales.
El rostro funciona "como un letrero en la carretera que afecta al tráfico que pasa ante él", señala Alan Fridlund, un profesor de psicología de la Universidad de California Santa Barbara, quien realizó un estudio reciente con Crivelli, que trabaja en la Universidad De Montfort, en el que abogan por una visión más utilitaria de las expresiones faciales.
"A través de nuestros rostros dirigimos la trayectoria de la interacción social", apunta.
Eso no quiere decir que nosotros intentamos activamente manipular a otros con nuestras expresiones (aunque de vez en cuando podríamos hacerlo). Nuestras sonrisas y ceños fruncidos pueden ser instintivos.
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Pero nuestras expresiones son menos un espejo de lo que ocurre en nuestro interior que una señal que estamos enviando sobre lo que queremos que ocurra. Tu mejor cara de disgusto, por ejemplo, podría mostrar que no estás contento con la forma como una conversación transcurre y que tú quieres que tome por un camino distinto.
"Esa es la única razón que explica que las expresiones faciales han evolucionado", dice Bridget Waller, profesora de psicología evolutiva en la Universidad de Portsmouth.
Según ella, los rostros siempre "están ofreciendo algún tipo de información importante y útil tanto al emisor…y al receptor".
Aunque puede parecer razonable, esta teoría existe desde hace tiempo.
Una idea antigua
La idea de que las emociones son fundamentales, instintivas y están expresadas en nuestros rostros está profundamente arraigada en la cultura occidental. Los antiguos griegos colocaban las "pasiones" en oposición a la razón.
En el siglo XVII, el filósofo René Descartes delineó la existencia de seis pasiones básicas que podrían interferir con el pensamiento racional. Entonces, el artista Charles Le Brun las conectó al rostro, estableciendo "la configuración facial anatómicamente correcta y adecuadamente matizada para cada pasión cartesiana", escribieron Crivelli y Fridlund.