Nicaragua entró este lunes en la séptima semana de unas protestas que se han convertido en un verdadero alzamiento en contra del gobierno del presidente Daniel Ortega.
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Y mientras los diferentes actores de la crisis están haciendo esfuerzos para resucitar un Diálogo Nacional, los episodios de violencia y el número de muertos siguen aumentando.
Cuando los estudiantes interpelaron a Ortega al inicio del diálogo, hace dos semanas, le gritaron los nombres de 55 fallecidos, el lunes pasado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reconoció 76 y esta semana empieza con un saldo de al menos 83 víctimas fatales.
Pero ni el gobierno de Ortega ni quienes reclaman su salida se ponen de acuerdo a la hora de asignar responsabilidades ni sobre lo que hay que hacer para evitar que la situación se siga deteriorando.
¿A quién creerle? ¿Cómo se llegó aquí? ¿Qué puede pasar? ¿Cómo se compara a situación de Nicaragua con la que ha vivido Venezuela?
Para tratar de arrojar algo de luz sobre la situación, nuestro enviado especial a Managua, Arturo Wallace, responde aquí una selección de las preguntas enviadas por los lectores de BBC Mundo.
¿Qué piden los manifestantes y qué ofrece como salida el gobierno? (Carlos Correa Quezada)
Las principales demandas están contenidas en el nombre de la coalición de estudiantes y representantes de la sociedad civil, movimiento campesino y empresa privada que participa en el Diálogo Nacional solicitado por el gobierno: Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia.
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Piden justicia porque decenas de personas han muerto en el marco de la ola de protestas que estalló el pasado 18 de abril, en su mayoría como consecuencia del uso desproporcionado de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad del estado y grupos parapoliciales, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Y a esa demanda -que también se extiende a las denuncias por torturas, detenciones arbitrarias y otras "graves violaciones de derechos humanos" documentadas por la CIDH- se agrega la de una mayor democratización del país, que pasaría por una pronta salida del presidente Daniel Ortega.
Esa agenda fue sin embargo denunciada por el canciller nicaragüense, Denis Moncada, como una "ruta hacia para un golpe de Estado", con el gobierno rehusándose a considerar una salida anticipada de Ortega e insistiendo en que cualquier salida política a la crisis debe darse dentro del marco constitucional vigente.
En la práctica, eso significa que la única ruta hacia una mayor democratización que parece dispuesto a contemplar es la de unas reformas electorales ya consensuadas con la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA) para ser aplicadas en los comicios previstos para 2020 hacia el final del actual período de gobierno.
Y las autoridades también han insistido que el siguiente paso en cualquier negociación debe ser el fin de los bloqueos de calles y carreteras porque, además de afectar negativamente a la economía del país y a los pobladores más vulnerables, se han convertido en los nuevos focos de violencia.
Así las cosas, la mayor concesión del gobierno hasta la fecha es haber aceptado "hacer suyas" las recomendaciones de la CIDH, que incluyen la conformación de un mecanismo de investigación internacional sobre los hechos.
Pero públicamente las autoridades siguen responsabilizando por la violencia a grupos delincuenciales y "vándalos de la derecha", y no parecen haber dado mayores pasos hacia la desmovilización de los grupos parapoliciales, incumpliendo así otras recomendaciones de la CIDH.
¿Esta rebelión social y cívica, ya se veía venir? (Luis Manuel Domínguez)
En realidad el alcance e intensidad de las protestas ciertamente ha tomado a todos por sorpresa, y probablemente a nadie más que al propio gobierno nicaragüense.
Y aunque la administración del presidente Ortega ya se había caracterizado por permitir e incluso facilitar el uso de violencia para minimizar las expresiones públicas de descontento, lo mismo se puede decir de la brutalidad de la represión con la que el oficialismo quiso controlarlas en un primer momento.
En esta ocasión, sin embargo, la violencia solo sirvió para atizar las protestas originalmente convocadas en condena a una reforma del régimen de seguridad social, hasta ayudar a convertirlas en un verdadero alzamiento popular en contra del presidente Ortega.
Muchas de las personas con las que he podido hablar durante las marchas y plantones antigubernamentales -incluyendo algunos que se identificaban como antiguos simpatizantes sandinistas- me han dicho que fue la muerte de tantos manifestantes desarmados la que los sacó y los mantiene en las calles.
"Al matar nos mataron el miedo", se leía, por ejemplo, en uno de los carteles que vi en una de esas protestas.
Y las evidencias de uso excesivo de la fuerza -incluyendo posibles ejecuciones extrajudiciales- y los numerosos abusos documentados por la CIDH también terminaron por hacer que el sector privado le retirara su apoyo a Ortega, con una de sus representantes diciéndole a BBC Mundo que la situación los había obligado a reconocer que los profundos déficits de democracia y justica habían creado una "estabilidad artificial" durante los últimos años.
También he conversado simpatizantes sandinistas que me confesaron que siempre habían temido que el uso de la violencia para mantener el control de las calles eventualmente se volteara contra ellos, aunque muchos solo se explican el paso de las golpizas a los disparos como resultado de un complot de la derecha, el imperialismo norteamericano o incluso a lo interno del mismo FSLN.
Otra explicación, sin embargo, es que "las dos p" del modelo que había ayudado a mantener la calma en Nicaragua durante los últimos años -plata para los amigos, palo para los enemigos- hicieron que este saltara por los aires de forma espectacular e inesperada como consecuencia de su progresión natural hacia una tercera p: plomo.
Y si uno también considera la historia reciente de Nicaragua y su tendencia a repetirse, entonces lo que está sucediendo no solo resulta deprimente familiar, sino trágicamente previsible. Y muy preocupante.
¿Quiénes lideran las protesta ? ¿Todo sucede en la capital de Nicaragua o es en todo el país las manifestaciones? (Ismael Gordon)
No hay líderes claros, aunque poco a poco los nicaragüenses se han ido familiarizando con nombres como el de Lesther Alemán, Víctor Cuadras o Madeleine Caracas, sólo por mencionar a algunos de los estudiantes que más valientemente confrontaron al presidente Ortega al inicio del diálogo (y parte de una lista de 13 para los que la CIDH pidió medidas cautelares).
Y esa instancia también han asumido un papel protagónico delgados del movimiento campesino organizado en torno a la oposición al proyecto de canal interoceánico, así como representantes de la sociedad civil y del sector privado.
- El simbolismo de las protestas contra Daniel Ortega en Niquinohomo, histórico bastión del sandinismo
Esto último ha facilitado que muchos simpatizantes sandinistas vean lo que pasa como una conspiración de la derecha, pero sin descartar los intentos de capitalización del descontento por parte de ciertos grupos o intereses todo apunta a una movilización de "autoconvocados" de distintos orígenes e ideas.
Y, en ese contexto, la falta de un liderazgo claro es una de las fortalezas pero también una de las debilidades del movimiento, que se ha ido organizando sobre la marcha y todavía trabaja en la construcción de consensos.
La diversidad, en cualquier caso, también es geográfica, con manifestaciones, bloqueos de carreteras y confrontaciones teniendo lugar en virtualmente todo el país, incluyendo zonas rurales y antiguos bastiones sandinistas.
Y también hay que destacar el rol de la Iglesia católica, que ha combinado su papel de mediador con una firme defensa del derecho de protesta y también está presionando por profundas reformas políticas, lo que hace que la mayoría de los simpatizantes sandinistas no la vean como un actor neutral sino como parte de la protesta.
¿Cuál es la posición de la población ante los tranques ubicados en las carreteras de Nicaragua? (Kevin Talavera) ¿Porque los medios internacionales no están cubriendo la afectación a la seguridad alimentaria de los tranques y como el pueblo los rechaza? (Adolfo González)
No hay sondeos creíbles sobre la posición de la población con respecto a los tranques, pero el tema ciertamente divide a la población (aunque definitivamente es mucho más difícil encontrar simpatizantes sandinistas que los apoyen que opositores que los critiquen).
Y la falta de información confiable desde los numerosos puntos en donde se han producido bloqueos de carreteras probablemente es una de las razones por las que el tema no ha recibido mayor cobertura por parte de los medios internacionales.
En lo personal, yo he visitado varios tranques en donde la circulación de todos los vehículos se permite cada cierto tiempo, y pude ver cómo numerosos conductores apoyaban esta forma de protesta.
Pero claramente no todos funcionan así. Y no tengo forma de saber lo que pensaban los conductores que los atravesaron en silencio, ni cuanta gente ha dejado de movilizarse por causa de los bloqueos o por miedo.
Al mismo tiempo, no hay duda de que la situación ha afectado negativamente la economía del país y la de numerosas familias, y los medios afines al gobierno constantemente destacan los dramas personales de personas afectadas por el cierre de carreteras.
Pero parece prematuro hablar de problemas de seguridad alimentaria después de poco más de un par de semanas de tranques esporádicos. Y creo que es comprensible que se le ponga más atención al tema de la violencia, y especialmente a la posibilidad de que, ya sea por acción u omisión, el Estado sea el principal responsable de las muertes que siguen conmocionando a Nicaragua.
¿Existen grupos asociados al partido de gobierno entre la ciudadanía? ¿Se infiltran en manifestaciones y alientan la violencia? (Rolando Valverde)
No creo que se pueda diferenciar entre asociados al partido de gobierno y ciudadanía, en cuanto los militantes y simpatizantes sandinistas también son ciudadanos (y seguramente todavía un porcentaje importante de la población de Nicaragua).
Pero si la pregunta es sobre infiltrados en las marchas y otras actividades de protesta, esa definitivamente es una preocupación constante de los manifestantes y seguramente pasa.
Ahora, no hay que caer en el error de pensar que la violencia es un recurso exclusivo de los simpatizantes sandinistas, por más que el tenor de la protesta que empezó en abril siga siendo fundamentalmente pacífico.
Y tampoco hay que pensar que, en un país como Nicaragua, todo estallido de violencia es maquiavélicamente planificado por uno u otro bando.