Cuba tiene su propio guion en la política y lo sigue sin desviarse un ápice.
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La República socialista se dispone a nombrar al sucesor de Raúl Castro en la jefatura del Estado.
El menor de los hermanos Castro se atiene a la norma promovida por él mismo y deja el cargo al terminar su segundo mandato de 5 años como presidente.
Aunque hubo otros dos presidentes después del triunfo de Revolución (Manuel Urrutia, 1959 y Osvaldo Dorticós, 1959 – 1976) antes del nombramiento de Fidel Castro como tal y de la aprobación en 1976 de la constitución vigente, los observadores destacan la importancia del momento.
Su sistema político no se parece al de ningún otro país del continente y el momento que se apresta a vivir también es excepcional.
¿Por qué es importante?
Por primera vez desde el triunfo de la Revolución cubana, todo indica que no será un miembro de la familia Castro ni del grupo que se alzó en armas contra Fulgencio Batista e inauguró el actual sistema político quien asuma el gobierno del país.
Rafael Rojas, intelectual cubano y analista del Centro de Investigación CIDE de Ciudad de México que conversó con BBC Mundo, opina que "si el cambio de liderazgo entre Fidel y Raúl fue impactante desde el punto de vista simbólico, dadas las enormes diferencias de estilo entre uno y otro, más lo será la nueva sucesión".
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El historiador y jurista cubano Julio César Guanche destaca que "dos datos son relevantes en el proceso por venir: el nuevo presidente tendrá un apellido distinto y sus funciones estarán definidas por la Constitución".
Estos autores sostienen que el poder de los Castro, sobre todo el de Fidel, iba más allá de la estricta dimensión legal por el carisma y la legitimidad atesoradas en la rebelión armada contra Fulgencio Batista.
Su sucesor no podrá contar con ello.