Las condiciones son buenas. La británica de 19 años Millie Knight espera la señal en la cima de la montaña para comenzar el descenso. Siente nervios, es normal, sabe que en pocos segundos estará esquiando a más de 100 kilómetros por hora.
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Pero no podrá ver la pista por dónde bajará a toda velocidad, Millie es oficialmente ciega.
Ella dependerá de su guía, Brett Wild, quien le irá diciendo los secretos de la montaña. Son un equipo.
El choque de puños forma parte del ritual, como susurrar el coro de una canción de la banda irlandesa The Script: "Puedes ser el más grande, puedes ser el mejor, puedes ser King Kong golpeándote en el pecho".
Se encuentran en la salida. "Tres, dos, uno"… se impulsan y "vamos", grita Wild. Millie lo sigue.
La montaña queda relegada a un segundo plano, tapada por el corte de los esquíes sobre la nieve y la intensidad de las instrucciones que grita Wild mientras recorren la pista.
Los espectadores observan en completo silencio, tienen prohibido emitir algún tipo de sonido.
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Knight necesita escuchar a su guía, de quien sólo alcanza a percibir destellos naranjas de su chaqueta. Ella sólo tiene un 5% de visión, periférica y borrosa.